
La factura del buenismo ha llegado ahora a Cataluña y la pagará la gente normal
Del 'Volem Acollir!' a Sílvia Orriols y el establecimiento de Vox: el precio de sustituir la política por el activismo
La noticia fue tan solo una anécdota. Hace casi un año, el humorista Joel Díaz, digno representante del progresismo nacionalista catalán, se metió en un jardín. En unas declaraciones radiofónicas, Díaz dijo que - como hicieron sus padres con él - él llevaría a sus hijos a una escuela concertada. El motivo era razonable: las escuelas públicas con alta densidad multicultural funcionan manifiestamente mal.
Este episodio tiene la virtud de recoger un latido social muy profundo de la Cataluña contemporánea. Nos referimos a la tutela ideológica que las clases altas - vía partidos, ‘chiringuitos’, medios subvencionados y universidades - han aplicado durante años. Esta tutela se ha destacado por su fuerte componente progresista y salvífico. En este sentido, el Volem acollir! constituye la cima de esta mentalidad.

Sencillamente, se acumula mucha gente
Como es evidente, todo esto ha empezado a colapsar por la sencilla razón de que los Estados de Bienestar occidentales no tenían capacidad de absorber la inmigración. Ahora ya no es un tabú decir que la inmigración descontrolada dispara el precio de la vivienda o que satura los servicios públicos. Un efecto derivado de esto, que el progresismo sorprendentemente no calculó bien, es que las clases populares - la famosa “gente” de Pablo Iglesias - han sido las más perjudicadas.
Nuevamente, esto es algo que solo la ceguera ideológica oficialista podría negar. La inseguridad afecta a los barrios obreros y la degradación educativa a los más pobres, así como el precio de la vivienda o la caída del PIB per cápita. En este sentido, en E-Notícies se hace una puntual crónica de los episodios de inseguridad y violencia que se viven en Cataluña. Y todos estos episodios, por así decirlo, no ocurren en Sant Gervasi.
Un magrebí (con antecedentes) rocía con lejía a una trabajadora de una gasolinera en Nou Barris, un subsahariano agrede a una anciana en Malgrat de Mar, otro magrebí lleva 40 robos en Lloret de Mar. En Badalona, por citar otro caso, empiezan a tener problemas con los robos a ancianos por parte de multirreincidentes. El patrón es claro: pequeños comerciantes, ancianos, barrios populares, trabajadores.

En cualquier caso, y aunque aquí esto sea más exagerado, no es exclusivo de Cataluña. En Torre Pachecho, por ejemplo, el joven magrebí que le dio una paliza al anciano ha sido puesto en libertad provisional. Y eso a pesar de que fue pillado huyendo a Francia, tenía antecedentes por robo con violencia y agredió a un señor mayor. Josep Termes, destacado historiador del obrerismo catalán, lo explicaba todo hace quince años:
Para sorpresa de nadie, crece la nueva derecha
Esta mezcla de degradación fáctica e imposición ideológica explica que la nueva derecha escale posiciones a toda velocidad. Además, lo hace sobre todo entre zonas populares, en las que el poder ha metido con calzador la inmigración. Y es en esos barrios donde la multiculturalidad de universidades y chiringuitos se aterriza en la realidad. Entonces tenemos contracomunidades y polvorines: Salt, sin ir más lejos.
Los ejemplos son tan numerosos que incluso cuesta listarlos, pero se podría destacar el fenómeno de la okupación. Como es innegable, la okupación es un fenómeno pequeño dentro del cómputo global, pero igual que lo son las violaciones o el blanqueo de capitales. Lo que el ‘buenismo’ parece incapaz de asumir es que la okupación tiene un efecto de degradación acumulativo mucho mayor que su número en bruto. No por casualidad, Albiol ha arrasado en Badalona y la CUP se hunde.

Hace unos días, en Móra d’Hebre era noticia que los okupas de la zona daban problemas constantes y de toda clase, incluyendo incendios. Esto es algo que los criminólogos han explicado con el concepto de “zonas de confort criminal”. La casa okupada sirve para que se aloje el multirreincidente, que de robar móviles pasará a traficar, lo que a su vez generará narcopisos, tensiones con bandas rivales y así sucesivamente. Y, de pronto, se disparan los homicidios en Cataluña.

Entonces, tienes el Raval, un barrio que a todos los efectos ha sido abandonado a su suerte. Y si no se detiene la degradación los barrios colindantes tienden a caer en la misma situación. Esto es lo que explica que el Ayuntamiento de Barcelona haya diseñado un “plan de choque” para controlar la situación en Sant Antoni. Aunque cabe destacar que esta actuación de Collboni responde a la presión vecinal. Como es evidente, casi ningún político catalán quiere cargar con la etiqueta de la "mano dura".
La gran incógnita, en definitiva, es descubrir por qué las élites decidieron alejarse tanto de la realidad de la calle o pilotar proyectos objetivamente desastrosos como el procés. Más misterioso aún es saber por qué mantienen esa distancia a pesar del crecimiento de fuerzas políticas alternativas. En cualquier caso, ya se sabe que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.
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