
La CUP justifica su acercamiento al PSC: 'Se puede pactar con el enemigo'
La CUP se ha dado cuenta de que ya no se pueden permitir la pureza ideológica: ahora toca parecer antisistema
Para entender la actual situación de la CUP basta con tomar un poco de perspectiva. Antes de las últimas elecciones autonómicas ya era evidente que la CUP era un partido en decadencia. En este sentido, las autonómicas solo sirvieron para sellar y confirmar una tendencia.
Después del batacazo electoral, la CUP inició un proceso de refundación que, como es común en los partidos, estuvo lleno de palabras para en realidad hacer algo muy sencillo. Esto no era otra cosa que cambiar de estrategia y actuar como un partido más normal. Es decir, alianzas con otros partidos y parlamentarismo.

El primer y más destacado fruto de esta nueva estrategia ha sido pactar con el PSC. Ahora bien, como le ocurre a ERC en menor medida, la CUP tiene que mantener intacta su retórica antisistema de salón. Esto da lugar a situaciones llamativas, como la que ahora protagonizan las dos nuevas caras del partido: Guillem Surroca y Jordi Casas.
En una reveladora entrevista para ElNacional, los dos jóvenes políticos dan un ejemplo del equilibrismo en el que ahora vive la CUP. “El PSC es el enemigo, pero se puede pactar con el enemigo”, dice Casas intentando cuadrar el círculo. Su compañero, Guillem Surroca, resulta más sutil y viene a decir que la CUP no puede vivir ensimismada en su propia pureza. “No siempre tienes que estar pensando en el partido”, dice Surroca, “también tienes que mirar de cara al país”:
Esta referencia a “mirar al país” sintetiza el nuevo programa de la CUP. En esencia, se reduce a intentar capitalizar asuntos de actualidad con el PSC para mostrarse como un partido útil. El ejemplo más claro - envenenado en cualquier caso - es la vivienda. Hace unas pocas semanas, la CUP se apuntaba el mérito de haber presionado al PSC para intervenir todavía más en el mercado inmobiliario.
Ser muleta sin parecerlo
La situación, pues, no ha cambiado lo más mínimo. Después de la refundación del partido (o sea, después de la lucha interna), se ha impuesto el sector pragmático. En consecuencia, el relato que oiremos por parte de la CUP será el de “mirar por el país”, aunque sea al precio de “pactar con el enemigo”.
Esto se debe interpretar como una simple urgencia partitocrática por parte de la CUP. Los anticapitalistas catalanes saben que ya no se pueden permitir la pureza ideológica o la pirotecnia verbal incomprensible. De hecho, y aunque se quiera esconder, la CUP se mueve a marchas forzadas hacia el campo de juego de lo nueva derecha.
En sus feudos municipales - Gerona y Berga -, por ejemplo, los alcaldes de la CUP aplican medidas de control del padrón y se suman al clamor contra la multirreincidencia. Pero es que estos días Surroca y Casas se hacían virales criticando el proyecto de la Cataluña de los diez millones:
La duda está en si la CUP conseguirá mantener este discurso sin acudir a sus fundamentales subyacentes. Nos referimos a la crítica a la inmigración ilegal o a la saturación asistencial que ya se vive con ocho millones de habitantes. Tienen tres años para comprobar si esta estrategia les ha funcionado.
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