Hombre prehistórico con vestimenta de pieles en primer plano y un sitio arqueológico de excavación al fondo sobre un fondo rosa con detalles en negro
OPINIÓN

Volverse 'sapiens' y no neandertal

Los 'sapiens' evolucionaron en un contexto mucho más benigno y soleado, volviéndose más graciles y estilizados

Así como el neandertal evolucionó en un contexto entre templado y glacial, perdiendo cierta robustez de los erectus antecesores, los sapiens modernos hicieron lo mismo en África bajo climas más benignos y soleados. Quizá por eso el sapiens superó al neandertal en pérdida de robustez. En climas más cálidos era mejor reducir el metabolismo que mantener un cuerpo que gastaba demasiado. De hecho, perdió más de un 20% de la masa muscular respecto a los Homo sapiens arcaicos.

Esto provocó que su esqueleto se volviera más grácil y estilizado, preservando cada vez más rasgos infantiles y neoténicos. Por ejemplo, el cociente entre húmero y tibia se elevó respecto al neandertal. Todo esto sucedió con diversos cruces entre neandertales, sapiens estilizados y otros. Es decir, la especiación que comenzó hace unos 600.000 años con aquellos sapiens arcaicos, prosiguió en nuestra variedad más esbelta.

Persona con guantes sostiene un pequeño hueso antiguo frente a la cámara en un entorno de excavación arqueológica.

Durante todo el proceso anterior, y plagiando nuevamente a sus congéneres erectus y neandertales, el sapiens también aumentó gradualmente su índice de encefalización. De hecho, su cráneo creció verticalmente reduciendo en cambio la cara y la mandíbula. La proyección de estas últimas (prognatismo) tendió en algunas variedades a ser cero, es decir, caras de perfil vertical con frentes altos, amplios y elevados, además de una notable reducción de las cejas óseas o torus orbital. Este estiramiento del cráneo hacia arriba también conllevó, en algunas variedades, que las paredes parietales pasaran a ser verticales. El perfil posterior del cráneo de un sapiens se asemejaría en muchos casos al de una casa con tejado a dos aguas.

Pero la encefalización de esta especie no solo apuntó verticalmente su cabeza hacia el cielo, sino que sus maxilares también se redujeron. El crecimiento de estructuras óseas suele economizar recursos y, si algo crece más deprisa, suele ser a cambio de que otra parte lo haga más lentamente. Si la bóveda craneal ascendió rápidamente lo hizo a cambio de reducir cejas, cara y mandíbulas. En ello la dieta más blanda, junto con la encefalización dominante, pudo favorecer la reducción de molares, incisivos y dientes.

De hecho, la velocidad de crecimiento en la zona de inserción de las piezas dentales se redujo drásticamente, aunque con una excepción: su parte frontal e inferior. Esta continuaba creciendo con mayor rapidez que el resto de la mandíbula, produciendo un mentón muy característico en el sapiens moderno, nuestra barbilla. En definitiva, la recesión en algunas partes del cráneo, mandíbula y dentición, permitió la expansión de una cavidad cerebral más voluminosa. La barbilla solo fue una consecuencia colateral, no una adaptación.

Mano recogiendo una herramienta de piedra en una excavación arqueológica sobre tierra y rocas

Otro tema entre los nuevos sapiens y los neandertales fue su crecimiento dentario, mucho más lento respecto a sus parientes del Plioceno y del Pleistoceno. Es decir, los simios bípedos de entre 6 y 0,5 millones de años ostentaban un crecimiento dentario acelerado, así como el resto de su metabolismo. Dicho de otra manera, los Homo modernos, neandertal y sapiens, habían retrasado su crecimiento preservando cada vez más rasgos infantiles en nuestro aspecto (hipermorfosis o neotenia).

Por esta razón los cráneos de nuestros bebés se parecen tanto a los de los chimpancés. Conservamos caracteres infantiles durante nuestro crecimiento ontogénico, así como una bóveda craneal grande y alta donde albergar un gran cerebro. Para alcanzar esta elevada encefalización tuvieron que reducir otras estructuras. Por ello, y a lo largo de la evolución, los Homo se volvieron cada vez menos musculosos, más gráciles y menos robustos. Eso reducía nuestro metabolismo basal en favor de alimentar un órgano en expansión: el encéfalo. Y ya sabemos que cuando una parte crece más que el resto, lo hace a costa de otras. El cerebro, en este sentido, fue clave en esta evolución.

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