
Un último 'erectus' con funerales
La evolución de los 'Homo' fue compleja, con mezclas, divergencias y adaptaciones locales que condujeron a los 'sapiens'
A partir del límite de los 600.000 años se han definido tantas especies de Homo que la prensa, los libros de texto y los propios expertos están bastante perdidos entre la transición de los erectus y los Homo posteriores. Es más, la falta de restos humanos de esa etapa, tanto a nivel de calidad como de cantidad, hace suponer una crisis evolutiva quizás relacionada con algún cambio ecológico global, como fue el episodio glacial llamado MIS 16.
Ya se ha detallado que los cambios climáticos ejercen presión evolutiva sobre los organismos, produciéndose cambios en los mismos. Se piensa que alrededor de los 600.000 años los erectus sufrieron un fuerte cuello de botella evolucionando hacia nuevos Homo. No obstante, existen otras hipótesis publicadas.

Se ha propuesto, por ejemplo, que los erectus no supieron adaptarse a las nuevas situaciones al mantener una industria lítica poco innovadora. En el yacimiento de Saffaqah de Arabia Saudita, de 350.000 años, se observó que los erectus solo usaban recursos cercanos para sus herramientas, a pesar de ser de muy baja calidad. Es decir, la pereza pareció gobernar su evolución, pero todo quedó en una hipótesis local difícil de generalizar y alejada de los 600.000 años que estábamos tratando.
Perezosos o no, los erectus dejaron de ser erectus evolucionando hacia otros Homo más o menos encefalizados. De hecho, el grupo erectus llegó a su fin cerca de Asia y Oceanía, no sin antes evolucionar hacia el Homo sapiens y el Homo naledi en África, el Homo floresiensis y otros en Indonesia, y finalmente el Homo heidelbergensis y el neandertal en Europa y el Próximo Oriente. En todo esto, sapiens y neandertales siguieron evolucionando con mayor encefalización, mientras otros como Homo naledi y floresiensis mantuvieron un índice de encefalización tipo erectus. En fin, que la disolución de los erectus fue el preludio de nosotros mismos, los pretenciosamente llamados sapiens.
No obstante, los últimos erectus clásicos mostraron una mayor encefalización, superando los 1000 c.c. Pero la cosa no quedó ahí, ya que sus rasgos se volvieron más gráciles. Su menor volumen en las cejas (torus supraorbital), su menor proyección facial (prognatismo), su cara más amplia, su bóveda craneal más redondeada e incluso una barbilla incipiente en algunos ejemplares, quizás mostraban en conjunto el paso hacia unos Homo sapiens arcaicos. De hecho, la transición de erectus a sapiens creó poblaciones de Homo con rasgos mezclados, ambiguos y desordenados, que los expertos actuales, según cada uno, clasifican como erectus finales o sapiens arcaicos.

Ejemplos de esto podrían ser los ejemplares africanos de Broken Hill de unos 500.000 años, los de Ndutu y Bodo de 400.000 a 300.000 años, los de Saldanha y Hoedliespunt de 350.000, los de Florisbad entre 350.000 y 250.000, los chinos de Yuxian de 600.000 a 400.000, los de Hexian entre 300.000 y 150.000 años, los de Dali y Jinniushan entre 200.000 y 300.000, los indios de Narmada también entre 200.000 y 300.000, y finalmente los indonesios de Ngandong de 117.000 a 108.000 años. Todo lo anterior indica que el grupo erectus dio sus últimos primeros pasos por África, Asia y Europa evolucionando hacia especies más encefalizadas tipo sapiens.
De hecho, las poblaciones africanas arcaicas ya estaban diferenciadas, aunque se cree que se volvieron a mezclar con los futuros sapiens. Es decir, erectus, sapiens y otros parecen haber congeniado bajo una misma compatibilidad genética. Habrá que esperar a lo que la genética aporte a todo este lío de poblaciones humanas, pero parece indicar que el grupo erectus, con mezclas y desmezclas, fue evolucionando hacia los sapiens a partir de los 600.000 años. Ahora bien, y como en toda estadística, siempre hay quien rompe la norma con tamaños lilliputienses.
A pesar de todo lo anterior, hubo una línea de Homo que se estancó en variantes poco encefalizadas y de baja estatura. Ejemplos de esto fueron el Homo naledi de Maropeng en Sudáfrica, de 300.000 años, los de la isla de Flores en Indonesia entre 80.000 y 18.000 años, el Homo luzonensis de Filipinas, de entre 50.000 y 67.000 años, y los de Maludong en China, de 14.500 a 11.500 años.

Quizá en todos ellos, dado su bajo índice de encefalización y altura, el endemismo y la ausencia de competidores promovieron tales rasgos de manera local. De hecho, en muchos mamíferos isleños o muy aislados se da una baja estatura y un menor índice de encefalización para reducir los gastos energéticos. Y hay que recordar que el encéfalo es un tejido muy caro de mantener.
Por tanto, en el caso de estos descendientes pigmeos de los Homo, esto pudo haber sido una adaptación ante la ausencia de competidores, depredadores o recursos. Algunos mencionan que aún quedan pigmeos de estos en la isla de Sulawesi, pero tras un mes recorriendo sus selvas en 2003, no se encontró rastro alguno. Por ahora, solo los fósiles dan testimonio de su existencia. Dos de ellos, el de Naledi y el de la isla de Flores, han dado mucho que hablar.
El caso de Homo naledi quizá ejemplifica un posible caso de propaganda paleontológica. En 2015 fue descrito como un hombre pequeño, de un metro y medio, con un cerebro de medio litro, pero con una mezcla de rasgos modernos y ancestrales. Hasta aquí, todo científicamente correcto, pero el yacimiento donde se encontraron los restos fue interpretado como un enterramiento ritual, equiparando a Naledi con la Sima de los Huesos de Atapuerca.
A la noticia se le añadió un reportaje que se colgó en Netflix y la cosa se difundió como pólvora. Entre diferentes intercambios que mantuve con el prestigioso paleoantropólogo Chris Stringer, este me dijo que dudaba mucho de tales suposiciones. Poco después, durante 2018, la revista PNAS publicó un artículo que desmentía el enterramiento ritual de Homo naledi y el de la Sima de los Huesos. Egeland, usando modelos matemáticos, demostraba que el funeral no encajaba con toda aquella asociación fósil, ya que los restos no reflejaban la proporción de mandíbulas, pelvis y cráneos de un número concreto de individuos, y sería ilógico pensar que esos humanos lanzaron a sus parientes seleccionando sus partes por separado.

Analizando la cueva de Naledi, se observa que tuvo otras aberturas al exterior mientras se depositaban los restos. Es decir, al igual que en Atapuerca, otros accesos superiores al pozo permitieron el movimiento de los restos humanos por corrientes de agua. Parece ser que, tanto en Atapuerca como en Naledi, todo fue producto de la acción combinada entre carroñeros y corrientes hídricas de la cueva. La discusión, sanamente, continúa abierta.
El diminuto Homo floresiensis fue publicado en la revista Nature en 2004, pero durante el verano de 2011 pude presenciar su presentación en la isla de Flores. Políticos importantes del país, junto con paleontólogos extranjeros, oficiaron el acto lleno de danzas y luchas tribales. La verdad, parecía más un encuentro étnico que un congreso científico.
Indonesia debía vender su fósil como una gesta nacional, y ahí estaba la fiesta organizada frente a los restos del pobre floresiensis, un Homo que apenas alcanzaba los 400 cc cerebrales, pero que dominaba el uso del fuego y la caza organizada. Su mandíbula, al igual que en los erectus, no mostraba el mentón que desarrolló el Homo sapiens. De todas formas, sus 14.000 años de antigüedad nos decían que los Homo se habían diversificado por este pequeño planeta llamado Tierra.
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