Un hombre de traje saluda con la mano levantada mientras al fondo se ven mujeres militares uniformadas en formación sobre un fondo rosa con detalles gráficos.
OPINIÓN

El talón de Aquiles de China podría estar en su ejército

El Ejército Popular se ha convertido en fuente de tensiones, purgas y sospechas que ponen en entredicho su eficacia real

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

El tercer mandato de Xi Jinping como presidente de la República Popular China debía ser el de la consolidación definitiva de su poder absoluto sobre el Partido Comunista y sobre el Estado. Tras haberse cepillado los límites temporales de liderazgo y asegurado una centralidad inédita desde los tiempos de Mao Zedong, Xi parecía destinado a aparecer en los libros de historia como el artífice de la modernización definitiva de China y como el dirigente capaz de devolver al país la grandeza de la que se considera heredero legítimo. China sigue creciendo, su extensión internacional continúa a buen ritmo y su influencia es cada vez más consistente. Sin embargo, su expansión comercial precisa de un actor fundamental para garantizar la seguridad de sus principales arterias que comunican al gigante asiático con Europa y África.

El Ejército Popular de Liberación es la institución que debería ser la columna vertebral de la estrategia de poder de Xi, pero se ha convertido en fuente de tensiones, purgas y sospechas que ponen en entredicho su eficacia real en un escenario de competición estratégica global con los Estados Unidos y sus principales aliados.

Dos hombres con traje caminan frente a una formación de soldados uniformados que sostienen rifles

Desde que inició su tercer mandato en 2022, Xi ha destituido a por lo menos 21 generales, incluidos tres de los siete miembros de la Comisión Militar Central (CMC), el máximo órgano de dirección castrense del Partido Comunista Chino. Entre los caídos se cuentan el ministro de Defensa y el oficial responsable de supervisar la promoción de prácticamente todos los generales durante más de una década. En términos de magnitud, el número de oficiales purgados rivaliza, y quizá incluso supere al final del mandato de Xi, al de los dirigentes militares depurados por Mao en las décadas de revolución y guerra interna.

Estas purgas, lejos de ser marginales, han golpeado en el corazón de la cúpula militar, afectando incluso a figuras consideradas cercanas a Xi y, en algunos casos, antiguos aliados de provincia que habían compartido destino político con él en Fujian. El mensaje es tan claro como contundente: para Xi, no existe lealtad suficientemente firme como para blindar a nadie ante la sospecha de corrupción, deslealtad o ineficiencia. La consecuencia, sin embargo, está cargada de dualidad: por un lado, se refuerza su autoridad como líder absoluto; por otro, crece la percepción de que el EPL es una institución con grietas internas, corrupción sistémica y falta de cohesión, justo cuando China necesita un ejército sólido y preparado para competir con Estados Unidos en todos los dominios estratégicos.

El EPL es hoy una de las organizaciones militares más poderosas del mundo en términos materiales. Cuenta con el segundo mayor presupuesto de defensa, una capacidad creciente en el dominio naval, avances significativos en misiles hipersónicos, operaciones cibernéticas y guerra espacial, y un proceso de modernización que ha supuesto la reducción de medio millón de efectivos del ejército de tierra para reforzar las fuerzas aéreas, navales y estratégicas. Sin embargo, la paradoja que enfrenta Xi Jinping es que, pese a los recursos invertidos y las reformas emprendidas, su confianza en la capacidad real del EPL es limitada.

Xi se ha obsesionado con "romper la insularidad" del ejército y con garantizar que este esté totalmente subordinado al Partido Comunista. En el sistema leninista chino, el ejército no es una institución nacional al servicio del Estado, sino la fuerza armada del partido, el garante último de su permanencia en el poder. Esa misión política impregna todas las dimensiones de la vida militar: desde la obligatoriedad de la militancia comunista para los oficiales hasta el peso de la educación ideológica. Pero esa politización no ha evitado que el EPL arrastre problemas graves de corrupción, clientelismo y autocomplacencia.

La modernización militar impulsada por Xi desde 2015 ha estado acompañada de un encarecimiento brutal de los programas de adquisición de armamento. Los contratos multimillonarios han abierto la puerta a sobornos, comisiones y prácticas corruptas que se extendieron incluso a los niveles más altos del Departamento de Desarrollo de Equipamiento, epicentro de las últimas purgas. Xi entiende que la corrupción no es un asunto menor: uno de sus propios aliados llegó a declarar que "solo nuestra propia corrupción puede derrotarnos". El diagnóstico, en sí mismo, muestra la fragilidad de un ejército que, pese a disponer de recursos casi ilimitados, puede ser derrotado por sus propios vicios internos antes que por la acción del enemigo.

Hombre de cabello canoso y traje azul con corbata roja usando un auricular sentado en una sala de fondo amarillo

La destitución de figuras como He Weidong, vicepresidente de la Comisión Militar Central, o del almirante Miao Hua, director del Departamento de Trabajo Político de dicha comisión, ha desatado una ola de rumores en China y en el extranjero. Ambos habían sido considerados hombres de confianza de Xi, vinculados a él desde sus años en Fujian, y su caída simboliza que nadie está a salvo de la disciplina férrea del líder. Weidong desapareció de la vida pública el pasado marzo, mientras que Miao Hua fue oficialmente destituido en junio.

Los analistas en los think tanks norteamericanos han interpretado estas purgas de dos formas opuestas. La primera, más prosaica, sostiene que Xi ha demostrado un pésimo criterio a la hora de escoger a sus subordinados. La segunda, con tintes más dramáticos, ve en estas destituciones la señal de un movimiento interno para cuestionar o incluso derrocar al líder. Ninguna de las dos explicaciones parece convincente. Si se tratase de un golpe a su autoridad, el Partido Comunista lo habría ocultado con celo. Al contrario, los casos se han hecho públicos y han salido en los medios internacionales, lo que podría indicar que Xi ha querido enviar un mensaje de fuerza.

Sin embargo, esta lógica de depuración sistemática reproduce una película que ya hemos visto. Este tipo de situaciones motiva que los generales con altas responsabilidades vivan en una incertidumbre permanente, conscientes de que su carrera depende enteramente de la voluntad de Xi y de que cualquier sombra de sospecha puede significar el final. En estos casos, el miedo reemplaza a la iniciativa, y la dependencia personal del comandante de turno acaba erosionando la cohesión profesional, disminuyendo la capacidad de liderazgo de los generales y provocando un alto nivel de desconfianza entre sus subordinados.

Uno de los grandes problemas estructurales del EPL es su carácter cerrado, casi hermético. Se trata de una institución que, en palabras de algunos analistas, funciona como "un Estado dentro del Estado". Ni siquiera los dirigentes civiles del Partido Comunista comprenden plenamente su funcionamiento interno, sus dinámicas de poder o la magnitud real de su corrupción. A diferencia de Estados Unidos, únicas Fuerzas Armadas en todo el planeta que pueden compararse en capacidades y volumen de materiales y personal, China carece de un cuerpo de expertos civiles en asuntos militares que puedan supervisar y asesorar al poder político. Todo el conocimiento está concentrado en el propio Ejército Popular, lo que incrementa su opacidad.

Hombre de traje oscuro y corbata azul hablando frente a micrófonos con banderas de China y Rusia de fondo

Esta es la famosa insularidad, que mencionábamos unos párrafos más arriba, y que se traduce en falta de transparencia operativa y en una cultura de autocomplacencia que Xi ha intentado desmontar. Sin embargo, la tarea se le presenta titánica: cada intento de introducir reformas tropieza con resistencias soterradas, inercias institucionales y redes de intereses creadas durante décadas. El propio Xi descubrió, al llegar a la Comisión Militar Central en 2010 (ya que el presidente de esta es el propio líder del Partido), que el EPL estaba dominado por generales leales a Jiang Zemin, interesados más en proteger privilegios que en preparar al ejército para una confrontación bélica.

El diagnóstico inicial fue poco optimista: unas fuerzas armadas con poderío numérico, pero con una capacidad operativa real limitada y con una cultura institucional más preocupada por la política interna que por la guerra. De ahí el lema que Xi lanzó en sus primeros años como comandante en jefe: el Ejército Popular de Liberación debía estar preparado "para luchar y ganar guerras". La frase sonaba más a advertencia que a consigna: implicaba que, en ese momento, no lo estaba.

Más allá de sus problemas internos, el EPL enfrenta una limitación fundamental en comparación con su principal rival estratégico: Estados Unidos. El Pentágono dispone de una red de bases y aliados en todos los continentes, con capacidad probada de proyección global. China, en cambio, tiene aún un despliegue estratégico limitado. Su presencia militar fuera de sus fronteras se reduce prácticamente a la base de Yibuti, inaugurada en 2017, y a acuerdos puntuales con algunos países de África y Asia Central.

Esto significa que, en caso de conflicto, la capacidad china de sostener operaciones militares prolongadas lejos de su territorio es reducida. Incluso en escenarios más cercanos, como el Mar de China Meridional o un eventual intento de tomar Taiwán, el EPL enfrentaría enormes desafíos logísticos: asegurar líneas de suministro, proteger sus costas de bloqueos navales y neutralizar la superioridad tecnológica estadounidense en inteligencia y coordinación de operaciones conjuntas.

El desequilibrio no se reduce al número de portaaviones o al alcance de los misiles. Es, sobre todo, un desequilibrio en experiencia y en redes de apoyo estratégico. El EPL lleva más de cuatro décadas sin librar una guerra real, desde el conflicto fronterizo con Vietnam en 1979. En cambio, las fuerzas armadas estadounidenses acumulan una experiencia continua en operaciones de gran escala, desde Irak hasta Afganistán, pasando por intervenciones en múltiples teatros. La falta de "rodaje" bélico convierte al EPL en una incógnita en términos de rendimiento real en combate.

Soldados alineados en formación militar con uniformes azules y blancos durante una ceremonia al aire libre

La relación de Xi con los militares es personal y política a la vez. Como "príncipe rojo", hijo de un veterano de la guerra civil, Xi siempre se ha sentido más cómodo con los temas castrenses que sus predecesores Hu Jintao o Jiang Zemin, ambos ingenieros con poca conexión con el ejército. Desde el inicio de su carrera supo que dominar el EPL era condición indispensable para dominar la política china. Pero esa familiaridad se ha transformado en obsesión. Estarán conmigo en que si tal número de destituciones, y una evidente purga interna que no oculta, demuestra en realidad que el líder chino no tiene confianza en su brazo armado.

Parece que existe una dualidad en su estrategia. Por un lado, reforzando ideológicamente al EPL para garantizar su lealtad al partido; y por otro, modernizarlo tecnológicamente para convertirlo en una herramienta eficaz de poder. Pero en ambos frentes surgen dudas. ¿Hasta qué punto el EPL está realmente dispuesto a reprimir con violencia un levantamiento interno, como hizo en 1989? ¿Hasta qué punto está preparado para enfrentarse a Estados Unidos en un escenario como Taiwán?

Hay una evidente paradoja en todo esto. China aparece como una potencia que proyecta fuerza hacia el exterior, pero que aún lucha contra sus demonios internos en la institución que debería garantizar esa fuerza.

Xi Jinping ha logrado lo que sus predecesores no pudieron: someter al EPL a una disciplina férrea y eliminar la influencia de facciones internas. Ha purgado a generales poderosos, ha reformado la estructura de mando y ha recortado privilegios de las fuerzas terrestres en beneficio de una visión más moderna y conjunta. Sobre el papel, ha construido un ejército más preparado, más tecnificado y subordinado al Partido Comunista.

Pero esa victoria tiene un precio. Las purgas han generado desconfianza y miedo entre los oficiales. La corrupción no ha sido erradicada, solo contenida. La insularidad del EPL sigue siendo un obstáculo para la transparencia y la eficacia. La falta de experiencia real en combate y las limitaciones en proyección estratégica colocan a China en desventaja frente a Estados Unidos en un escenario de confrontación directa.

Xi Jinping puede haber consolidado su poder personal, pero su ejército sigue sin estar a la altura de las circunstancias. Y en un mundo donde la competición estratégica se intensifica, esa brecha entre ambición y capacidad podría convertirse en el mayor obstáculo para su proyecto histórico, retrasando lo que todo el mundo ve como inevitable, el 'sorpasso' hegemónico de China a los Estados Unidos.

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