
Tsunamis y fiscales
En España los cimientos institucionales están cediendo y una buena parte de la población celebrará la caída de Babilonia

Los mecanismos por los que un tsunami opera su destrucción son tan simples que un niño de 5 años en una bañera los comprende perfectamente. La diferencia es solo cuestión de escala. Es verdad que luego hay gente que se va a la orilla a ver venir las olas, con la esperanza de publicar buen contenido en TikTok. De ellos se encarga Darwin con suma diligencia.
Traspongamos lo antedicho a la política española, que vive en terremoto constante desde que el Perrosanxe se retiró cinco días a redactar aquella carta en que se presentaba como un hombre "profundamente enamorado". Si el Tsunami golpea tanto las costas japonesas como californianas es porque no hace distinciones entre izquierda y derecha. Del mismo modo, el terremoto incesante en el que vivimos va a devastar a todos aquellos que, sin importar el color de su escaño, se dediquen a pasear por la playa a disfrutar del oleaje.

El epicentro del terremoto está en Moncloa: la esposa del presidente, el hermano pianista, el suegro y sus saunas, el fiscal y sus emails, los hidrocarburos y Aldama, Ábalos y Jéssica, Cerdán y Chivite, Koldo y sus casetes inumerables, Armengol y sus mascarillas, Pardo de Vera y sus apaños. El error consiste en creer que semejante hundimiento de la 'Atlántida socialista' no afectará a la derecha, si no toma las precauciones adecuadas. El principio de Arquímedes no sabe de bandos políticos.
Los pasajeros no quieren un cambio de maquinista: quieren bajarse del tren. Aquellos que busquen simplemente un rutinario reemplazo a los mandos serán arrasados por el tsunami que viene. Se equivocan de manera letal don Alberto Núñez Feijóo y todo su coro de 'Tellados' y 'Gamarras' y demás monaguillos genoveses si piensan que vamos a seguir tan tranquilos mientras un gobierno de color azul nos explica las mismas mentiras que uno de color rojo.
Porque no es verdad que la inflación esté al 2%, ni que haya mujeres con pene, ni que la temperatura del planeta depende de que yo pague más impuestos o vaya en bicicleta, ni que el descontrol migratorio no provoque problemas de seguridad, ni que los salarios hagan justicia al coste de la vida, ni que el tamaño de las administraciones no necesite una buena dosis de motosierra, ni que el Islam sea compatible con los valores occidentales. Todas esas mentiras no pasarán a resultar aceptables porque las diga un señor gallego con aspecto de paciente de balneario.

Un país en el que el Fiscal General va a sentarse en el banquillo y no pasa nada es un país fallido. Los cimientos institucionales están cediendo y una buena parte de la población, que está hasta las narices de pagar la fiesta de los más mediocres y miserables, celebrará la caída de Babilonia como si fuera el gol de Iniesta en 2010.
Cuando la naturaleza hace limpieza, con sus temblores de tierra y sus olas gigantes, hace el trabajo a fondo. Vamos a querer arrestos, vamos a querer gente en la cárcel. Todo lo sucedido desde los encierros ilegales por el Covid no puede quedar impune. Estamos tocando el núcleo más simple y profundo de la dignidad civil: vamos a querer que por una vez se haga justicia, es tan sencillo como eso.
El españolito quizás no entienda la jerga satánica del Banco Central Europeo, pero sí que se da cuenta de que ha estado pagando las putas y la coca a tipos que fuera de la política no tendrían donde caerse muertos. Pura cuestión de oleaje, salvaje y sanador.
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