
Tiroteos y lejía: nuevas percepciones de inseguridad
La inseguridad crece en Cataluña a pasos agigantados y el Govern es incapaz de reconocer el problema, ya que considera que se trata de percepción

Según la célebre doctrina del añorado conseller Elena, en Cataluña no hay un problema de inseguridad, sino de “percepción de inseguridad”. Él se refería, por supuesto, a la conocida tesis de que si alguien no es de izquierdas es porque ha sido engañado por los pseudo medios fascistas, pero sin quererlo dejo a la vista de todos la manera de pensar de nuestros gobernantes: el problema no es que haya inseguridad, sino que los ciudadanos lo perciben, lo notan, se dan cuenta.
A estas alturas de verano, los ciudadanos hemos percibido que un Doctor en Astrofísica por la Universidad Open Arms atracó una gasolinera tirando lejía a la cara de la dependienta y que llevamos cuatro tiroteos en Barcelona, con algunas víctimas mortales. Esto sin contar el habitual ambiente de pillaje y saqueo en el Metro y en los barrios por debajo de la Ronda de Sant Antoni.

El país por el que apuesta el bloque de izquierdas actual, PSC+ERC+Comuns, viene a ser una confluencia apacible y armoniosa entre imanes salafistas, activistas queer y pistoleros enloquecidos, con el 324.cat de fondo informando sobre olas de calor que matan a miles de personas a diario.
¿Los ciudadanos perciben la estafa? Por supuesto que la perciben y allí donde pueden expresarse en libertad (las redes sociales) están dejando muy clara su visión del asunto. El espacio político de “seny i ordre” se lanzó en 2017 a las aventuras más peculiares y ahora ya no tienen legitimidad alguna para afrontar el problema. ¿Cómo van a pedir que se refuerce el cumplimiento de la ley unas personas que se pasan el día viajando a Perpiñán, a Waterloo, a donde sea, declarándose en rebeldía contra los tribunales? ¿Cómo van a reinstaurar el orden quienes entregaron su dirección política efectiva a un abogado chileno indescriptible que cumplió prisión por su relación con el terrorismo?
Todas las miradas se dirigen a Ripoll, pero no está claro que en la Barcelona actual, demográficamente descompuesta, una visión esencialista de la nación vaya a poder resultar electoralmente eficaz. Hay movimientos interesantes, como la candidatura de María Chacón y Víctor Riverola, pero todavía incipientes.

Mucho tiene que ver todo esto con el estado catastrófico actual del movimiento independentista, porque la gente, antes de plantearse de nuevo la cuestión nacional, aspira a poder salir a la calle sin que le peguen un tiro. En la última performance de la ANC, por el tema de Sixena, se juntaron literalmente 19 personas, encabezadas por Llach, Coromines y el dúo de novela rosa Borràs & Dalmases) que protagonizaron una sentada digna de los Teletubbies, leyeron un manifiesto (otra cosa no, pero esta gente producen manifiestos como longanizas) y desconvocaron el acto a los veinte minutos. Al menos Lluís Llach no cantó, en algo vamos mejorando.
Los votantes perciben también que el sistema policial y judicial es, ahora mismo, un tipo de club d'esplai macabro, donde los multirreincidentes se paran a saludar y a tomar un cafecito. Con los Mossos d'Esquadra entregados a la vida contemplativa y los jueces obligados a cumplir con montañas de legislación absurda, el ciudadano está abandonado a su suerte.
Por supuesto, también se percibe de manera diáfana que cuando uno es acusado de fascismo en cuanto se atreve a opinar que quizás no deberíamos dejar las calles en manos de todo tipo de maníacos, ladrones y violadores. Tarde o temprano llegará el golpe de timón, el punto de no retorno se cruzó hace tiempo.
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