
Sudán, una matanza sin pancartas ni banderas
Mientras el mundo mira hacia otros conflictos, Sudán se desangra entre el silencio global y una violencia que ya ha dejado más de 150.000 muertos

Sudán, vasto en territorio con enorme complejidad histórica, se ha convertido nuevamente en el escenario de una guerra fratricida de unas dimensiones que deberían avergonzar al sistema internacional. Desde abril de 2023, el país ha sido arrastrado al abismo por una lucha de poder entre dos facciones militares que, tras derrocar juntas al dictador Omar al-Bashir en 2019, han demostrado estar más interesadas en repartirse el botín que en construir un espacio de mínima convivencia.
Por un lado, el general Abdel Fattah al-Burhan, jefe de las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y autoproclamado presidente de facto. Por el otro, el general Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como "Hemedti", líder de las temidas Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), una estructura paramilitar con raíces directas en las tristemente célebres milicias Janjaweed, responsables del genocidio en Darfur en la década de 2000.

Lo que comenzó como una disputa en torno a la integración de las RSF en el ejército regular, con sus implicaciones de jerarquía, control de recursos y definición de soberanía, ha degenerado en un conflicto armado de una violencia absolutamente desmesurada, que ha devorado ciudades, destruido infraestructura civil, y provocado el desplazamiento de más de doce millones de personas, según Naciones Unidas. El número de muertos, ya superior a 150.000, continúa en aumento, y eso que es muy complicado disponer de cifras realistas.
Ambos bandos han sido acusados de crímenes de guerra. Pero si bien las SAF no están exentas de brutalidad, como lo documentan diversas investigaciones independientes, el RSF se ha destacado por el uso sistemático de la violencia sexual, la limpieza étnica y la propaganda del terror como método de control territorial y psicológico.
El horror de El Fasher
La ciudad de El Fasher, capital del estado de Darfur Norte, es hoy una mancha roja en el mapa de la vergüenza contemporánea. Las RSF, tras 18 meses de asedio, ocuparon la plaza en octubre de 2025. El resultado: un baño de sangre a plena luz del día. Según relata Alex de Waal, uno de los expertos presentes en Sudán, al menos 1.500 personas fueron asesinadas en los primeros días de ocupación, muchas de ellas dentro de hospitales o mientras huían desesperadamente de la ciudad.
La brutalidad, anunciada de antemano por las propias RSF, circuló por redes sociales con vídeos de ejecuciones, violaciones y humillaciones, mostrándose como trofeos de guerra. Esta exhibición arrogante del terror, como si fuera algo de lo que enorgullecerse, recuerda como la violencia es intrínseca del ser humano, y solo la educación es capaz de someter los impulsos más básicos.
La ciudad, que llegó a tener medio millón de habitantes, ha quedado convertida en ruinas. Médicos Sin Fronteras y el Comité Internacional de Rescate apenas logran entrar con mínimos suministros, para verificar como cada niño atendido presenta signos de desnutrición aguda. La hambruna no es una consecuencia colateral: es un arma premeditada. Como advierte la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (IPC), El Fasher vive una "hambruna catastrófica", confirmada desde hace más de un año.
Las RSF no solo combaten a las SAF: combaten a poblaciones enteras. Lo hacen por etnicidad, por linaje, por historia. Las milicias lideradas por Hemedti, compuestas principalmente por árabes darfuríes como los Rizeigat, su propio grupo tribal, han centrado sus ataques contra comunidades no árabes. Entre sus víctimas se encuentran los masalit, el pueblo fur, o el grupo étnico de los zaghawa, además de otros pueblos africanos tradicionales del oeste sudanés.

Estas comunidades, de religión musulmana como sus verdugos, pero diferenciadas por lengua, cultura e identidad ancestral, han sido históricamente marginadas por el poder central de Jartum. En la narrativa supremacista que enarbolan las RSF, estos pueblos representan un “problema tribal”, una amenaza a la hegemonía árabe que debe ser “reeducada” o erradicada.
La violencia en Darfur no es azarosa. En El Geneina, capital de Darfur Occidental, miles de masalit han sido asesinados desde 2023 en una campaña que, como documentó Human Rights Watch, buscaba "la salida permanente" de estas comunidades de sus tierras natales. Se han quemado aldeas enteras, se ha violado sistemáticamente a mujeres mientras se las obligaba a "parir hijos árabes", y se ha bloqueado toda asistencia humanitaria como parte de una estrategia para aniquilar no solo cuerpos, sino identidades. Como si viviéramos en una resucitación de la eugenesia más mortífera que derivó en los grandes genocidios de los años 30 y 40.
Estas tensiones étnicas son producto de años de abandono, desertificación y competencia por recursos entre pastores nómadas árabes y agricultores africanos sedentarios. Pero lo que era una lucha por el agua y la tierra ha sido transformado, por intereses militares y políticos, en una maquinaria genocida. Sí, genocida, porque la eliminación sistemática de un pueblo mediante una aniquilación planeada es un genocidio.
La guerra se extiende: Kordofán y el país invisible
El horror no se limita a Darfur. A más de 850 kilómetros al sur, en Kordofán, el sufrimiento continúa fuera del foco mediático. En ciudades como Kadugli y Dilling, asediadas desde hace más de un año, la población agoniza entre el hambre, la falta de agua potable y la destrucción sistemática de mercados y hospitales. El NRC ha confirmado la existencia de hambruna en esta región también.
El conflicto ha pulverizado los servicios públicos. En todo el país, más de 21 millones de personas padecen inseguridad alimentaria extrema. A ello se suma la mayor epidemia de cólera en la historia de Sudán, con más de 3.000 muertes y más de 113.000 casos documentados.
A pesar de la magnitud del desastre, la ayuda humanitaria no fluye. Ambas partes beligerantes bloquean sistemáticamente el acceso de convoyes con alimentos y medicinas. La guerra se ha convertido en una competencia macabra por decidir quién tiene el control sobre quién puede llevarse algo a la boca, quién es curado y quién es dejado a morir.
La dimensión genocida del conflicto ha sido documentada ampliamente. La administración estadounidense, en enero de 2025, determinó que la RSF y sus milicias aliadas han cometido genocidio contra la etnia masalit y otras comunidades no árabes de Darfur. Sin embargo, las sanciones internacionales no han frenado la maquinaria de muerte.
En Europa, a pesar de la importancia del Sahel en su influencia geopolítica y geoestratégica y de los lazos que se deberían mantener con su antigua metrópoli de la época colonial, El Reino Unido; se mira el conflicto con una lejanía aterradora.

Este tipo de crisis, y permitir que se enquisten, perduren y empeoren, tiene un impacto en Europa. No nos llevemos a engaño, la presión migratoria no será directa sobre nuestros estados, el que de verdad huye por hambre lo hace al primer lugar donde puede aliviar su situación, ya que carece de medios y el dinero disponible para pagar a las mafias que les harían llegar a nuestro continente. Sin embargo, sí que ejerce una presión directa en las ciudades de países vecinos que no nadan precisamente en la abundancia y que son incapaces de absorber cientos de miles de personas que no tienen absolutamente nada. Esto contribuye a empobrecer y desestabilizar toda la región geoestratégica.
La impunidad se refuerza con la indiferencia. Como lamentó el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, la atención internacional que se presta a Sudán es irrisoria en comparación con otras crisis: “Creo que la raza juega un papel aquí”. Pues, señoras y señores, ¿quién se atreve a desmentir tan dramática afirmación? Cuando el mundo occidental riega sus calles con banderas de los tres califatos y el rojo hachemí, representación de la causa palestina, nadie muestra un ápice de interés por las hambrunas, asesinatos y violaciones de los sudaneses no árabes. Las marchas por Palestina o Ucrania contrastan con el clamor sordo que rodea a Sudán. No hay pancartas, ni trending topics, ni convocatorias globales. A pesar de ser un genocidio que se graba en HD, apenas consigue una nota en los informativos. ¿Por qué no hay indignación? ¿Por qué nadie mueve un dedo? ¿Por qué la mayoría no se ha interesado por este artículo o ha dejado de leerlo tras un par de párrafos?
Geopolítica y cinismo
Parte de la explicación, pero solo parte, reside en la intrincada red de apoyos internacionales que alimentan el conflicto. Según denuncias ampliamente documentadas, Emiratos Árabes Unidos ha suministrado armas, drones y financiamiento al RSF. A su vez, Egipto, Arabia Saudita, Turquía y Qatar apoyan al ejército regular, en una pugna regional de intereses donde Sudán es el tablero y los civiles, las piezas sacrificables.
Aunque iniciativas diplomáticas como el “formato Cuatripartito” (EE.UU., Egipto, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos) han intentado establecer una hoja de ruta hacia el alto el fuego y la transición civil, los esfuerzos han sido saboteados sistemáticamente. La política internacional prefiere la estabilidad ficticia que garantiza el autoritarismo armado a la complejidad de una paz justa.
Sudán es hoy el rostro de una humanidad fallida. La crueldad allí no ocurre en secreto, sino a plena luz, con imágenes que navegan por los satélites del Starlink, informes forenses y vídeos autoinculpatorios. Y aun así, la reacción global oscila entre la parálisis y la distracción.
¿Cómo se explica que la mayor crisis humanitaria del siglo XXI sea una nota a pie de página en la agenda internacional? ¿Qué dice esto de nosotros como civilización, como especie?

Dar algún paso
Romper el silencio es el primer paso. Urge una campaña internacional que ponga a Sudán en el centro de la conciencia pública. Se necesita presión diplomática, sanciones inteligentes, y, sobre todo, voluntad política para exigir un alto el fuego inmediato, el acceso irrestricto de ayuda humanitaria y el inicio de un proceso serio de justicia transicional.
Los crímenes de guerra deben ser investigados por tribunales internacionales y sus responsables, todos, juzgados. La financiación de grupos genocidas, venga de donde venga, debe ser condenada con la misma fuerza con la que se condenan otras guerras. Y la narrativa de que se trata de “conflictos tribales” debe ser desmontada con vigor: lo que ocurre en Sudán es una guerra política, estratégica y económica, sostenida por intereses transnacionales.
Pero, sobre todo, hay que concienciar. Medios de comunicación, parlamentos, y redes sociales. Porque el silencio, cómplice de todo genocidio real, está permitiendo que se perpetúe el crimen.
Sudán necesita que el mundo mire, al menos, una décima parte de lo que lo hace con Palestina.
Fuentes consultadas:
- De Waal, Alex. (6 de noviembre de 2025). Terror Returns to Darfur. Foreign Affairs. Consejo de Relaciones Exteriores (CFR).
- Norwegian Refugee Council (NRC). (4 de noviembre de 2025). Sudan Crisis: What You Need to Know Right Now.
- Booty, Natasha & Chothia, Farouk. (29 de octubre de 2025). Sudan War: A Simple Guide to What Is Happening. BBC News.
- UNHCR. (1 de noviembre de 2025). Sudan Situation: Comprehensive Overview of Emergency Response (SAFARI Dataset). Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR). Documento interno de análisis humanitario y desplazamiento.
- Human Rights Watch. (marzo de 2024). Ethnic Cleansing in West Darfur: Atrocities Against the Masalit Population. Informe citado en múltiples medios y corroborado por testimonios en terreno.
- Tedros Adhanom Ghebreyesus. (septiembre de 2024). Declaraciones al servicio mundial de la BBC sobre la atención desigual a conflictos en África.
- Integrated Food Security Phase Classification (IPC). (2024–2025). Famine Early Warning Reports – Sudan & Darfur.
- Comité Internacional de Clasificación de la Seguridad Alimentaria.
- UNICEF. (marzo de 2024). Reports of Child Sexual Violence in Darfur. Documentado por personal de salud humanitario.
- Vídeos en redes sociales grabados por los propios autores de las masacres.
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