Y Justin Trudeau fue fulminado
Con el globalista Justin Trudeau al frente, Canadá se convirtió en una versión cursi de la China de Mao Zedong
No sabemos si Trump acabará por anexionarse Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá, pero si lo hace sería un premio justo por haber librado a la Humanidad de una calamidad como Justin Trudeau. Han bastado un par de amenazas de aranceles y unas dosis de desprecio cómico (llamar a Trudeau "gobernador del gran estado de Canadá" cuando acudió a rendir pleitesía a Mar-a-Lago) para que que el idiota de Justin tenga que quitarse de en medio sin estruendo alguno.
Con la caída de Trudeau toca a su fin la era de estos líderes de izquierda globalista huecos como maniquís de Cortefiel: Macron, Sánchez, Trudeau, Jacinda Ardern. Jóvenes y guapos, carentes de freno moral, privados de cualquier discurso coherente para poder decir a cada momento lo que convenga a sus amos globalistas, blandos hasta la náusea, traidores a todo lo noble y justo en este mundo.
La gestión de la Covid-19 en el Canadá de Trudeau consistió en una serie de atropellos que hubieran hecho sonrojar al mismísimo Calígula; el vaciamiento de la moral civil por el virus woke llegó a extremos demoníacos, como la persecución a Jordan Peterson por negarse a cumplir con absurdas legislaciones sobre lenguaje inclusivo; su represión de la revuelta de los camioneros o la inclusión de la eutanasia en el catálogo de medidas contra la crisis inmobiliaria: bajo Trudeau, Canadá se convirtió en una versión cursi de la China maoísta.
Trump, Meloni, Bukele y Orban son presentados hoy como una especie de odiosa internacional de la ultraderecha, pero como decía Musk el otro día en su red social: si es de ultraderecha oponerse a que en nuestras ciudades operen impunemente redes de pedófilos musulmanes, pueden ir apuntándome en la lista. Se trata de restaurar tres o cuatro nociones básicas: el control de las fronteras, el freno a la islamización, la defensa de las mujeres con útero frente a los pervertidos con peluca, la reducción de la burocracia monstruosa y sus impuestos enloquecidos, la reivindicación del sector primario frente a los globalistas del WEF que nos dicen que el problema para el planeta son los payeses que cultivan naranjas. Si todo eso es ultraderecha, no es raro que los electores en todas partes estén optando por ese horrible fascismo reaccionario tan parecido al sentido común de nuestros abuelos.
Ahora se trata de que Trudeau pague por sus crímenes en alguna mazmorra especialmente húmeda y oscura, con vistas a la fosa séptica de un zoológico abandonado. Donde haya espacio, eso sí, para un par de camastros en los que ir acomodando en los próximos meses a sus compañeros, con el Perro Sanxe a la cabeza. Estamos haciendo limpieza: esto no es política, son sencillas tareas higiénicas, demasiado tiempo pospuestas.
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