El día que murió Espartero
El 8 de enero de 1879 falleció el destacado militar, aunque llevaba muchos años alejado de la política activa
El 9 de enero de 1879, una crónica del diario El Globo daba la noticia de la muerte de Baldomero Fernández Espartero: «El vencedor de Luchana, de Ramales y de Morella, el guerrero ilustre que simbolizaba las glorias de la libertad en su primera y tenaz lucha contra el carlismo, falleció en su residencia de Logroño a las siete y media de la mañana de ese día». Fue el 8 cuando expiró uno de los militares más importantes del desordenado y complejo siglo XIX español.
El día de su muerte llevaba más de un cuarto de siglo lejos de la política activa, pero sus contemporáneos no lo habían olvidado.
Espartero sentó plaza de soldado el primer día de noviembre de 1809. Acababa de cumplir los 16 años. Sirvió como distinguido en el Regimiento de Infantería de Ciudad Real y en el Batallón de voluntarios de Honor de Toledo. Su bautismo de fuego llegó tan solo 18 después de su incorporación a filas y fue durante la Batalla de Ocaña, en la que las tropas españolas tuvieron que ceder ante el Ejército de José I y los regimientos del Primer Imperio Francés.
Se replegó con sus compañeros a la Isla de León, en la que permaneció durante el bloqueo de la plaza gaditana y acudió como alumno a la Academia de Ingenieros que allí se organizó. Tras ello, participó en varias batallas más durante la Guerra de la Independencia. En 1812 alcanzó el empleo de subteniente, convirtiéndose en oficial. En 1815, ya como capitán, se embarcó para dirigirse a Ultramar, allí permaneció varios años, participando en múltiples acciones en el Virreinato del Perú. Su valor, su audacia y su capacidad de adaptación a una guerra completamente distinta a la que había conocido frente a los franceses, le valió para ir acumulando ascensos hasta llegar a brigadier en 1823, cuando aún no había cumplido los 29 años. El mérito para poder alcanzar tal graduación, equivalente a un general de brigada actual, lo hizo durante la sangrienta batalla de Torata. El caballo que montaba cayó muerto y Espartero recibió tres heridas, una de ellas de gravedad. No quiso retirarse del campo de batalla hasta que, después de dar varias cargas a la bayoneta, obtuvo la victoria junto a sus hombres.
Con la separación de aquellos pedazos de España que se convirtieron en repúblicas con las fronteras de los virreinatos y las capitanías generales, Espartero regresó a la Península para volver a dar la última batalla en mayo de 1825, cuando todo estaba perdido. Cayó prisionero de guerra de Simón Bolívar, quien lo mantuvo tres meses en un calabozo oscuro, sin comunicación y del que no fue liberado hasta el uno de agosto de ese año.
Espartero continuó en América hasta marzo de 1828, fecha en la que regresó definitivamente a lo que quedaba de España.
Cinco años de relativa tranquilidad le llevaron, en 1833, a Vitoria, ya que estaba al mando del Regimiento de Soria y fue de los primeros en pasar a las provincias vascongadas (así aparecen en su hoja de servicios) y en hacer frente a las partidas carlistas que se estaban formando. De ese modo, se erigió en uno de los principales protagonistas de la primera guerra civil española librada en suelo europeo. El 1 de enero de 1834 ya era el comandante general de la provincia de Vizcaya y tras varias acciones que se contaron como victorias, en abril de 1834, fue promovido al empleo de mariscal de campo, el equivalente a general de división.
Espartero se fue convirtiendo en uno de los más importantes generales durante las campañas de una guerra civil cruel, larga y que supuso un auténtico desastre para España. Se enfrentaban las dos maneras de entender la nación: Por una parte, la que se apoyaba en los antiguos reinos, en la ley vieja, en la tradición y en una monarquía fuerte y absoluta que los mantuviera bajo un mismo propósito, pero preservando las particularidades de cada uno. Por otra, la que miraba hacia la uniformidad, el parlamentarismo, el poder central y la igualdad entre todos los territorios. Dos conceptos que rivalizaban en los campos de batalla, dirigidos por militares que habían luchado codo con codo contra el francés y que ahora se empeñaban en matar compatriotas. No era tanto un tema dinástico, como un asunto de aplicación de dos sistemas políticos completamente diferentes.
Durante los primeros años de la guerra, al frente de su División, libró no pocos combates en los verdes montes vascos y navarros. El 16 de septiembre de 1836, fue nombrado general en jefe del Ejército del Norte, virrey de Navarra y capitán general de las provincias vascongadas. Espartero, el soldado distinguido de la Guerra de la Independencia, asumía las más altas responsabilidades militares y políticas durante la turbulenta década de los 30 del siglo XIX.
La toma del puente de Luchana, en una acción audaz que le permitió ocupar el paso sobre el río en apenas unos minutos, o la batalla en las alturas de Santa María y Galdácano, en la que fue herido, una vez más, al frente de sus regimientos y demostrando que no se dejaba evacuar cuando aún podía mantenerse en pie o sobre su caballo, hicieron de él una leyenda, la leyenda del general liberal.
Tras ello, fue nombrado general en jefe de los ejércitos reunidos, y, desde Aragón llegó hasta Guadalajara, ciudad sitiada por los carlistas, consiguiendo liberarla. Sus actos, en ocasiones superando la temeridad, le llevaron a alcanzar el empleo de capitán general, y el 1 de junio de 1838, la reina regente le concedió grandeza de España de primera clase. Su ducado sería el de la Victoria, en honor a su fama como soldado.
Fue él, y no otro, el que se entrevistó en Vergara con el general Maroto a finales de agosto de 1839, firmando, el día 31, el convenio que sellaba la paz entre isabelinos y carlistas, dando a los derrotados generosas condiciones por las que los militares que así lo quisieran podían conservar «empleos, grados y condecoraciones» y pasar a servir a la reina contra la que habían combatido.
En mayo de 1940, con la derrota del general Cabrera, el último de los que aún resistían, en Berga, Espartero se convirtió así en el principal valedor de la causa isabelina que resultó victoriosa de la primera guerra civil en suelo peninsular.
Espartero fue el primero de los "espadones", militares liberales que acumularon tanto poder que asumieron el liderazgo político merced a su fama como soldados. Los reinos quedaron solo como una sombra que únicamente sobrevivió en su versión militar, en forma de capitanías generales. El Estado liberal tenía solo tres niveles administrativos, quedando la diputación provincial y el ayuntamiento como únicos referentes territoriales por debajo del Gobierno Central.
Espartero se convirtió en presidente del Consejo de ministros en septiembre de 1840, perdurando un año en el cargo hasta asumir la regencia del reino. Su valor, su audacia y su capacidad de mando, no le sirvieron de nada frente a los políticos de Madrid que muy pronto comenzaron a conspirar contra él, porque el general, poco diestro en las cosas de la res pública, no contentaba a nadie. De lo demás, hablaremos en otro artículo, porque la convulsión, los pronunciamientos, las revueltas, los cambios de gobierno y el desorden generalizado era tal, que no hay espacio suficiente en un artículo para narrarlo.
Hoy solo quería recordar, aprovechando la efeméride, que el manchego murió en Logroño, muchos años después de ganar fama y prestigio y alcanzar la cumbre a caballo de su capacidad militar.
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