Groenlandia y el gusano militar
La Europa actual no tiene capacidad de disuasión militar, ya que recae de forma permanente en la OTAN
Mark Eyskens, ministro de Asuntos Exteriores belga, definió a Europa como "un gigante económico, un enano político y un gusano militar". Corría entonces el año 1991, con los servicios de limpieza aún retirando los restos del muro de Berlín y un bloque soviético completamente descompuesto del que solo sobrevivirían sus apéndices más alejados de Moscú: Cuba y Corea del Norte.
Europa, entonces, aún estaba en proceso de definir qué tipo de unión quería para sus viejos estados. Se apostó por la política de generar influencia internacional a través de la expansión económica con la bandera del libre comercio como estandarte de un poder blando, que se fue consolidando con una moneda única para poder competir con el dólar.
El ascenso económico proporcionó una fortaleza a la zona euro que contribuyó a posicionar a los europeos occidentales en los niveles más altos de calidad de vida. El baluarte del crecimiento era sostenido a base del éxito comercial y de la falta de amenazas a la seguridad. La tradición europea era la de combatir entre sus estados y la Unión detuvo esa fratricida tendencia, aunque los intereses de cada nación, a caballo de sus lazos históricos con antiguas colonias y protectorados, divergían a la hora de asumir determinaciones sobre política exterior.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la llegada del mundo bipolar, los Estados Unidos asumieron el papel de defensor de una Europa que trataba de reconstruirse tras haber sido sede de la mayor masacre de seres humanos desde que existe historia escrita.
Las pocas ganas de revivir otra confrontación, después de dos guerras mundiales tan seguidas; la descolonización y pérdida de influencia de las antiguas potencias en favor de los Estados Unidos o la Unión Soviética y los dramáticos procesos internos de algunas naciones, fueron conformando una actitud de pereza con respecto a los asuntos de seguridad exterior.
La OTAN contribuyó a aumentar ese desinterés, eso de la defensa era cosa de los americanos, y el resto, con la excepción de los británicos que querían más de lo que podían, porque perdieron colonias, pero no arrogancia; se limitó a contribuir con aportaciones minúsculas que buscaban más colocar la bandera que sumar de manera eficaz al esfuerzo común.
Por otra parte, en los 60 y 70, llegaron los movimientos pacifistas, engendrados en las universidades a las que acudían "niños bien" que idealizaron con un mundo mejor mientras se fumaban toda la hierba que podían conseguir y entonaban demagógicas canciones con una cinta en el pelo, los ojos vidriosos, la mirada perdida y una guitarra sobre el muslo.
Pronto, negacionistas de las peluquerías se sentaron frente a las centrales nucleares porque todo lo que llevara ese apellido era malo malísimo y había que quitárselo de encima. Un desastre en Chernóbil, fruto del derrumbe de un sistema insostenible, dio volumen a las voces que vaticinaban el fin de los tiempos.
El permanente discurso destacando los derechos conseguidos para la ciudadanía, nunca puso como contrapeso los deberes a los que esa misma ciudadanía debería estar comprometida. Las sociedades europeas maduraron y las calles de sus ciudades, tras los años negros de la droga y la delincuencia en los 70 y 80, se convirtieron en lugares seguros y prósperos. No obstante, es innegable que en ese aspecto hay un imparable deterioro.
En Europa siempre se ha tenido una visión dicótoma de los Estados Unidos. Por una parte, se ha copiado el estilo de vida norteamericano, insuflado por películas y series que pusieron de moda las hamburgueserías, los cafés, que no eran cafés, servidos en un vaso de papel a precio de dos carajillos; las camisetas y sudaderas de ciudades que nunca visitábamos, los tupés, los vaqueros elásticos, Santa Klaus, Halloween y la mitificación del cuento de la prostituta que usaba hilo dental y que encontraba un tipo rico con canas prematuras. Como contraparte, el "Yankis go home" con pronunciación fricativa, velar y sorda; lo del capitalismo muy capitalista; lo del imperialismo que tanto rédito ofrece a barbudos y bigotudos al sur del Río Grande y esa mentalidad envidiosa de echarle la culpa de tus miserias al que le va bien.
La televisión nos fue moldeando, las noticias siempre hablaban de guerras que estaban lejos y ante imágenes incómodas se mandaba al pequeño de la casa para que cambiara de canal, que eso de ver desgracias mientras estás comiendo no era de rigor, a ver si se nos iba a revolver el estómago.
Los que ya tenemos más pasado que futuro crecimos viendo arder Beirut y los miles de problemas de Oriente Medio, que siempre tuvo vocación de inestabilidad. Nos estremecimos por primera vez cuando vimos en imágenes, algunos tuvimos la desgracia de verlo de verdad, a gente como nosotros, vistiendo vaqueros y cazadoras de cuero, corriendo agachados por las calles de Móstar o Sarajevo para pasar de un lado a otro mientras caían granadas de mortero y el seco sonido de los fusiles resonaba entre edificios que eran como los nuestros. Por primera vez, vimos que la guerra podía estallar en la misma Europa. Pero, para la mayoría, Bosnia aún estaba muy lejos.
Eso de los atentados, que tanto habíamos sufrido en estas tierras, se extendió por Europa trayendo a las adoquinadas avenidas del viejo continente el miedo. Miedo a subirse a un tren, miedo a ir a un evento con mucha gente, miedo a la locura de cuatro fanáticos capaces de todo. No obstante, aún no había una amenaza tan grande como para que ese miedo calara profundamente en la población por más de una semana y tras unos días se volvía a la rutina. Además, los ayuntamientos de toda Europa se afanaron en poner macetas con arbolitos para evitar que algún colgado conduciendo una furgoneta jugara a los bolos con personas inocentes.
Las redes sociales cambiaron la forma de entender muchas cosas. Con ellas se potenció el ombliguismo. No es que no existiera antes, es que los ombliguistas no tenían micrófonos a los que vocear. Cuando la pirámide de necesidades de Masllow está cubierta, hay que inventarse minucias para tener algo trascendental por lo que protestar, indignarse y clamar al cielo; eso sí, que no me suponga salir a la calle el domingo, que juega el Atleti y hay cosas a las que un ser humano no puede renunciar. Porque hay que salvar al mundo, pero no puede uno acometer tales tareas sin ver al Cholo correr por la banda con los brazos en alto.
Comenzamos a ver como gestos "valientes" escribir un tuit, de los de 140 caracteres, reclamando cualquier cosa, criticando al vecino, denunciando lo caro que se había puesto el tocino o planteando una iniciativa para hablar la lengua tartessa que era una pena que se hubiera perdido.
Vinieron más atentados y la valentía subió enteros porque podíamos poner banderitas semitransparentes en nuestra foto del Facebook, mientras los más jóvenes se concentraban a encender velas en la calle que siempre da mucho respeto a los asesinos despiadados que son capaces de descabezar al enemigo usando un machete sin afilar.
Se extendió lo del "allí no pintamos nada", porque lo importante es la sanidad y la educación y lo que pase fuera de estas viejas fronteras no nos afecta realmente. Como si la sanidad o la educación no dependieran de la estabilidad y de vivir en entornos seguros. Como si los flujos migratorios vinieran del planeta Raticulín, el gas natural con el que nos calentamos se recolectara en Instagram o la gasolina de nuestros coches saliera del grifo de la cocina. Se ha tendido a evitar lo desagradable hasta el punto de que recogemos las bandejas de carne, perfectamente envasada, como si aquello no fueran los restos mortales de un ser vivo.
Ahora, nuestro primo de Zumosol parece que se está cansando de enseñar músculo y recibir poco a cambio. Una guerra destructiva y terrible en pleno corazón europeo ha mostrado la nula viabilidad de la Unión para poder influir de forma decisiva. La capacidad de producción de municiones no da ni para abastecer los mínimos requerimientos de una única nación en armas como es la ucraniana.
Europa no tiene capacidad de disuasión militar, ya que esta recae en su permanencia en la OTAN, es dependiente de combustibles fósiles de los que no dispone y tiene verdaderos problemas para producir electricidad tras la decisión de la mayoría de sus países de cerrar las centrales nucleares, cediendo a una política energética de gestos y no de eficiencia. Lo que pasa en el mundo afecta a estos 400 millones de abueletes que son los únicos del Planeta que se preocupan por tirar la basura en varios contenedores de colores. Se sigue siendo un gusano militar y un enano político y eso que ahora, al contrario de lo que decía Kissinger, Europa ya tiene teléfono.
Sin capacidad de defensa no hay soberanía. Asistiremos en unas semanas a críticas de analistos de sobremesa y 10 minutos clamando contra Donald Trump y Elon Musk por el tema de Groenlandia. Que nadie dude que, si de verdad se lo proponen, promoverán un referéndum entre los groenlandeses, que no llegan a la población de Zamora, y que si se les promete el oro y el moro votarán a favor de integrarse en los Estados Unidos. Y tras eso ¿Quién va a protestar? Estados Unidos aporta una cuarta parte del presupuesto total de la ONU, dos terceras partes de la contribución defensiva de la OTAN y tiene una capacidad disuasoria más que suficiente. Si el señor de piel zanahoria y su amigo que se ha comprado una red social para jugar a la política quieren, todo el mundo pondrá el grito en el cielo, pero Groenlandia cambiará de bandera. Estados Unidos habrá hecho bullying a una Europa incapaz, y los europeos, algunos, porque para otros Groenlandia está muy lejos y hay mucho hielo, pondrán banderitas de Dinamarca en su perfil social.
Iba a escribir otra cosa, pero no había tráfico en los cerros de Úbeda y me desvié del camino. No hagan mucho caso que la ironía no siempre es razonable, aunque a veces, sí que lo es.
Qué tengan una buena semana.
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