
Que es Gerona, no Manhattan
El incremento desmesurado del coste del alquiler y la compra convierte a Gerona en una ciudad cada vez más inaccesible
El aumento del precio de la vivienda en Gerona ha dejado de ser una simple tendencia preocupante para convertirse en un síntoma claro de un modelo de ciudad que se aleja, cada vez más, de las necesidades de sus habitantes. Y es que a menudo, mientras leemos informes inmobiliarios o miramos anuncios de pisos que superan ampliamente los 2.000 euros el metro cuadrado, no podemos evitar pensar: que es Gerona, no Manhattan. Pero parece que hay quien lo ha olvidado.
En los últimos años, Gerona ha experimentado un incremento desproporcionado del precio de compra y de alquiler. Una subida que no responde al crecimiento de los salarios —que continúan prácticamente estancados—, ni a una mejora significativa de los servicios o infraestructuras, sino a una combinación de factores que tienen más que ver con la especulación que con la calidad de vida. La llegada de inversores que compran pisos como activos financieros, la expansión sin control de los alojamientos turísticos y una política urbanística demasiado permisiva han generado una tormenta perfecta.

El resultado es una ciudad que expulsa a sus propios vecinos. Jóvenes que quieren emanciparse y no pueden. Familias que, ante un contrato de alquiler que se duplica, se ven obligadas a marcharse a pueblos de los alrededores. Personas mayores que viven con la incertidumbre de si podrán seguir en su barrio de toda la vida. Gerona, que siempre se ha vanagloriado de ser una ciudad humana, accesible y pensada a escala de las personas, está entrando de lleno en una dinámica que la hace cada vez más excluyente.
Y lo más grave es que todo esto se asume con una inquietante normalidad, también desde el poder municipal, a pesar del discurso con el que el alcalde de Guanyem-CUP llegó a la alcaldía. Hemos llegado al punto en el que se considera “razonable” pagar 900 euros por un piso de 50 metros cuadrados, o destinar más del 40% de los ingresos al alquiler sin que nadie se lleve las manos a la cabeza. Pero sí deberíamos escandalizarnos. Gerona no tiene los salarios de Nueva York, ni la densidad, ni las oportunidades laborales de una metrópoli global. Por tanto, no puede —ni debe querer— tener los mismos precios.
El problema de fondo es la idea de que la ciudad existe para atraer capital, turismo y proyectos “emblemáticos”, y no para garantizar el bienestar de sus ciudadanos. Esta mentalidad convierte la vivienda en un producto más, sometido a la lógica del mercado y alejado de su función social. En este contexto, limitarse a repetir que “la demanda es muy alta” o que “esto es lo que vale el mercado” es una excusa para no afrontar el debate real: quién tiene derecho a vivir en Gerona y bajo qué condiciones.

Las administraciones locales tienen un papel fundamental en revertir esta tendencia. Es imprescindible regular con valentía el alquiler turístico, ampliar de manera real y no simbólica el parque de vivienda pública, poner freno a los fondos de inversión que compran edificios enteros y crear políticas de alquiler asequible para los colectivos más vulnerables. Pero también hace falta una mirada más profunda: decidir qué Gerona queremos de aquí a 10 o 20 años. ¿Una ciudad viva, con barrios llenos, comercio local y diversidad social? ¿O un decorado bonito, cada vez más vacío, pensado para los visitantes y los inversores?
Defender que Gerona sea accesible no es inmovilismo, ni rechazo al progreso. De hecho, es todo lo contrario. Una ciudad que se preocupa por mantener su tejido social es una ciudad que apuesta por su futuro. Y esto pasa, inevitablemente, por garantizar que todo el mundo tenga derecho a una vivienda digna.
Porque, efectivamente, esto es Gerona, no Manhattan. Y más vale que no lo olvidemos.
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