Un grupo de aviones de combate vuela en formación sobre un cielo azul mientras una bandera azul con estrellas blancas ondea en primer plano, todo enmarcado por un fondo rosa con bordes decorativos.
OPINIÓN

Europa ante el desafío de su autonomía defensiva

Europa se enfrenta a una encrucijada: avanzar hacia una defensa autónoma o seguir dependiendo de la protección de potencias externas

El mundo está cambiando y, al fin, los líderes europeos parecen estar empezando a darse cuenta de ello. En los últimos dos años —coincidiendo con el inicio de la guerra de Ucrania— se han sucedido cumbres internacionales dirigidas a tratar el asunto de la seguridad en Occidente. A este respecto, parecía que habíamos alcanzado un punto en el que los aliados de la OTAN estaban más unidos que nunca. Sin embargo, la llegada de Trump a la Casa Blanca ha provocado un cambio de paradigma sin precedentes en este ámbito.

Hoy, Europa se ve obligada a plantear el reto de la defensa del continente en términos que habían sido desconocidos para sus dirigentes hasta el momento. Con un Putin decidido a recuperar aquellos territorios que considera rusos por razones históricas —muchos de ellos integrados en la Unión Europea—, el cambio de rumbo en la política internacional estadounidense, instaurado por el presidente Donald Trump, ha supuesto un duro revés para las democracias europeas. Si bien es cierto que dicha situación hubiera sido difícil de asimilar en cualquier circunstancia, la coyuntura geopolítica actual hace aún más urgente si cabe una respuesta clara y decidida por parte de la Unión Europea.

La dependencia histórica de Europa de la protección militar estadounidense, a través de la OTAN, ha dejado al descubierto las debilidades estratégicas y logísticas de los países europeos. En este punto, conviene recordar que la aportación de Estados Unidos al presupuesto total de la organización representa, a día de hoy, en torno al 70% del mismo. En este contexto, la Unión Europea se enfrenta a la necesidad urgente de fortalecer su autonomía defensiva, fomentar una mayor cooperación entre sus miembros y replantear su papel en el escenario global, en un momento en el que las alianzas tradicionales parecen estar en entredicho, al tiempo que las amenazas se multiplican.

Frente a esto, parece evidente que la Unión Europea, en tanto que organización supranacional que comparte valores como el respeto a la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho y los derechos humanos, debe redefinir su estrategia en el campo militar con el objetivo de preservar estos principios superiores. Así lo ha expresado el Parlamento Europeo en la recientemente aprobada Resolución sobre el Libro Blanco sobre el futuro de la defensa europea, en la que se subraya la urgencia de una acción coordinada y ambiciosa para fortalecer la seguridad y la capacidad defensiva de la Unión Europea, enfatizando la necesidad de pasar de la retórica a la acción concreta, con objetivos claros, inversiones adecuadas y una estrecha colaboración entre los Estados miembros, la Unión Europea y la OTAN.

En este sentido, la UE manifiesta serias carencias en lo que respecta a la coordinación militar y geoestratégica de sus estados miembros, al no ser un ente expresamente diseñado para ello. Si bien es cierto que se han producido intentos para fortalecer dicha empresa, como la fallida Constitución Europea de principios de siglo —a través de la cual se pretendía avanzar en la libertad, seguridad y justicia comunes, así como crear un ministerio de Relaciones Exteriores de la Unión Europea—, nunca se ha llegado a instaurar un verdadero sistema común de defensa y seguridad. Por ello, resulta especialmente desafiante competir en estos términos con potencias como China, Rusia y Estados Unidos, países que sí presentan una unidad de acción en este campo.

A pesar de ello, son muchos los flancos por los que la UE puede avanzar para incrementar el nivel de seguridad que el mundo actual demanda. En este sentido, se está hablando mucho del aumento del gasto militar, lo cual puede ser necesario, pero en ningún caso suficiente. Más allá de incrementar el presupuesto de cada estado miembro destinado a defensa, considero fundamental avanzar en la cooperación militar europea. Europa debe encaminarse a la creación de una estructura militar unificada, capaz de operar de manera independiente y eficaz en el contexto global.

La fragmentación actual, con ejércitos nacionales que dependen de doctrinas y capacidades dispares, limita la efectividad de cualquier esfuerzo conjunto. Un mando único, una estrategia común y una industria militar integrada son pasos esenciales para garantizar la seguridad del continente sin depender de actores externos cuya lealtad, como estamos comprobando, puede ser volátil.

Para lograr este objetivo, es imprescindible unificar criterios en torno a la defensa y seguridad europea, lo que conlleva inevitables reformas políticas y estructurales dentro de la Unión. El debate sobre la creación de un ejército europeo ha sido recurrente a lo largo de las últimas décadas, pero ahora se presenta como una necesidad ineludible. Una política de defensa común no solo reforzaría la seguridad de la región, sino que también posicionaría a Europa como un actor geopolítico autónomo, capaz de negociar de tú a tú con potencias del calibre de Estados Unidos, China y Rusia.

Foto de familia durante la ceremonia de bienvenida a los jefes de Estado y/o de Gobierno de los Estados miembros de la OTAN, a 10 de julio de 2024, en Washington (Estados Unidos).

No obstante, cualquier esfuerzo en este sentido debe ir acompañado de una reflexión profunda sobre el modo de financiar el aumento de capacidades militares sin comprometer la estabilidad económica del bloque. En este punto, es crucial que los gastos en defensa y seguridad no se financien mediante deuda pública, ya sea de emisión nacional o a través de mecanismos de mutualización a nivel europeo. Sostener el desarrollo militar mediante la emisión de deuda solo trasladaría la carga a futuras generaciones y comprometería la sostenibilidad fiscal de los Estados miembros. Tampoco se debe optar, a mi juicio, por financiar el gasto mediante subvenciones europeas a fondo perdido, como piden algunos países entre los que se encuentra España.

En su lugar, los países europeos deben apretarse el cinturón —como hacemos continuamente los ciudadanos— y realizar los ajustes presupuestarios que correspondan para que el incremento del gasto en defensa provenga de una mejor gestión de los recursos disponibles en la actualidad, evitando así cualquier subida de impuestos. Al mismo tiempo, debemos facilitar la inversión privada en el sector armamentístico, eliminando las trabas legislativas y burocráticas que frenan el desarrollo tecnológico y la competitividad industrial. La innovación en defensa es clave para garantizar la superioridad estratégica, y esto solo se conseguirá mediante un entorno regulador que favorezca la inversión en I+D militar y la colaboración entre las empresas del sector.

En definitiva, la Unión Europea se encuentra en una encrucijada histórica. O avanza hacia una verdadera autonomía estratégica, con un ejército europeo y una industria de defensa fuerte, o se resigna a seguir dependiendo de terceros para su seguridad. Si Europa quiere garantizar su futuro como potencia global, debe asumir la responsabilidad de su propia defensa y actuar en consecuencia.

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