El capitán Ángel Sevillano Cousillas con bigote en primer plano y una imagen de una rueda de cañón en el fondo sobre un diseño gráfico en tonos rosados.
OPINIÓN

Sevillano Cousillas, el héroe de Cudia Tahar

La resistencia de Ángel Sevillano en Cudia Tahar, un acto de valentía extrema durante la Guerra de Marruecos

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

El 14 de abril de 1935, en el marco del cuarto aniversario de la Segunda República Española, se llevó a cabo una ceremonia en la que el presidente Niceto Alcalá-Zamora condecoró con la más alta distinción militar a tres hombres del Ejército. La medalla impuesta era la Cruz Laureada de San Fernando, el mayor reconocimiento que podía recibir un soldado español por su valentía en combate.  

Dos de los homenajeados eran generales: Eduardo López de Ochoa, quien había dirigido la recuperación del territorio perdido por el Gobierno durante los sucesos de Asturias de 1934, y Domingo Batet, por su intervención contra la insurrección en Cataluña. El tercer condecorado, sin embargo, no era un general ni un alto mando, sino un modesto capitán de Zapadores. Su nombre, Ángel Sevillano Cousillas, y su acto de heroísmo, había ocurrido diez años antes, en un pedregoso monte de Marruecos llamado Cudia Tahar.  

Un grupo de personas, algunas con uniformes militares, se encuentran en un evento formal al aire libre frente a un edificio histórico.

A diferencia de los generales que recibieron la Laureada por acciones de combate en la Península, Sevillano recibió el reconocimiento del Estado por una defensa extrema en territorio africano, donde resistió con sus hombres hasta el límite de la supervivencia. Su historia, una de las más notables del Ejército español en el siglo XX, ha quedado relegada al olvido, como tantas otras que fueron oscurecidas por la sombra inmisericorde de la Guerra Civil. 

Ángel Sevillano Cousillas nació en San Fernando, Cádiz, el 14 de septiembre de 1897, en el seno de una familia fuertemente vinculada al ámbito militar. Su padre, José Sevillano Muñoz, era general de Infantería de Marina, y su madre, Emilia Cousillas Andian, también provenía de un linaje castrense. Su infancia transcurrió en un ambiente donde la milicia no solo era una profesión, sino una forma de vida que implicaba a toda la familia.  

El joven Ángel creció rodeado de uniformes, banderas y relatos de campañas. No fue una sorpresa cuando intentó ingresar en Infantería de Marina, pero no lo consiguió. Lejos de rendirse, en 1914, con 17 años, se alistó como soldado voluntario en el Primer Regimiento de Infantería de Marina. Poco después, decidió orientar su carrera hacia el Ejército de Tierra y específicamente al Cuerpo de Ingenieros.

Ángel Sevillano Cousillas con uniforme militar mirando hacia la cámara.

En 1915, ingresó en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, un centro de formación que exigía una preparación técnica y científica mucho más rigurosa que las academias de Infantería o Caballería. Mientras en estas últimas un cadete se graduaba tras tres años de estudios, en la Academia de Ingenieros el proceso acumulaba cinco años, e incluso más para quienes no lograban superar los rigurosos exámenes. Sevillano permaneció seis años en el centro, ya que repitió un curso, algo habitual debido a la dificultad de la formación.  

Finalmente, en 1921, consiguió el Real Despacho que le otorgaba el empleo de teniente de Ingenieros. No tuvo tiempo para celebraciones. Ese mismo mes, estalló en Marruecos la crisis más grave que había enfrentado España en África: el colapso de la Comandancia General de Melilla que se conocería históricamente como el Desastre de Annual.   

Durante el verano de 1921, el Ejército español sufrió su peor derrota en Marruecos. El general Manuel Fernández Silvestre había expandido su territorio en el Rif superando su límite elástico y, tras una ofensiva rifeña dirigida por Mohamed Abd el-Krim, las tropas españolas fueron masacradas en todas las circunscripciones. En pocos días, España perdió más de 10.000 hombres y todo el esfuerzo colonial quedó al borde del colapso.  

El 26 de julio de 1921, mientras se encontraba de vacaciones en San Fernando, Sevillano recibió un telegrama urgente que le ordenaba incorporarse al Batallón Expedicionario de Zapadores de Melilla. Se trasladó inmediatamente a Cádiz y, al día siguiente, embarcó en el crucero Cataluña rumbo a Marruecos.  

Primer plano de Mhamed, hermano de Abd el-Krim con gafas y bigote mientras viste un turbante blanco.

El joven teniente llegó a Melilla el 28 de julio, en un momento crítico: la ciudad estaba en grave peligro de caer en manos rifeñas. Junto a su unidad de zapadores, trabajó en fortificaciones, refuerzo de alambradas y mejora de caminos para asegurar el abastecimiento de las tropas. En su primer combate, mientras colocaba una carga explosiva en una edificación, su superior, el capitán Fosar, resultó gravemente herido, dejando a Sevillano al mando de la compañía. Con apenas una semana de antigüedad y las estrellas recién bordadas sobre la bocamanga de su uniforme, ya tenía que mandar una unidad de un centenar de efectivos.  

Durante los siguientes meses, participó en la reconquista de posiciones clave: Nador, el aeródromo de Zeluán y Monte Arruit. En este último, presenció una de las escenas más sobrecogedoras de su vida: los cadáveres de los soldados españoles masacrados tras rendirse unas semanas antes.  

En 1923, después de dos años de combates, fue destinado a Oviedo, aunque se le comisionó a Guadalajara, para ejercer como profesor de geometría en la Academia de Ingenieros. Sin embargo, la guerra en Marruecos aún no había terminado.  

El Infierno de Cudia Tahar 

En septiembre de 1925, tras un breve período en la Península, Sevillano fue enviado de nuevo a Marruecos para participar en el desembarco de Alhucemas, una operación crucial para derrotar a los rifeños. Sin embargo, antes de que esta maniobra se llevara a cabo, los rebeldes lanzaron un ataque sobre Tetuán, buscando desestabilizar el dominio español en la zona.  

El 3 de septiembre, alrededor de 4.000 rifeños atacaron la posición de Cudia Tahar, una elevación de gran importancia táctica a 944 metros de altura, desde la cual se dominaba Tetuán. La guarnición española estaba compuesta por 143 hombres, en su mayoría catalanes y aragoneses.  

Personas vestidas con ropa tradicional operan un cañón en un paisaje abierto.

Desde el amanecer, los rifeños iniciaron un intenso cañoneo artillero, seguido de varios intentos de asalto. En las primeras horas, 14 soldados murieron, incluyendo al teniente de Artillería. Ante esta situación, Sevillano fue enviado con una pequeña unidad de refuerzo. Su misión: reparar el perímetro y consolidar la posición.  

A su llegada, Sevillano organizó los trabajos de fortificación bajo el fuego enemigo. Mientras supervisaba las labores, una granada explosionó cerca de él, causándole heridas en el pecho y en la pierna. Pese a ello, se negó a abandonar su puesto y continuó al mando de los Zapadores y del resto de supervivientes, ya que era el oficial más antiguo de la posición.   

El día 6, sin agua ni municiones suficientes, los defensores empezaron a beber su propia orina. Los aviones intentaban arrojar bloques de hielo, pero las condiciones no permitían un suministro adecuado. El día 12, el propio Miguel Primo de Rivera envió un mensaje prometiendo que una columna de Legionarios y Regulares llegaría al día siguiente.  

Hay que tener en cuenta, que la caída de la posición abría paso libre a los rifeños hacia la capital del área de influencia española del Protectorado marroquí, lo que suponía una seria amenaza teniendo al grueso de las tropas españolas implicadas en el desembarco de Alhucemas. El objetivo de la Harka, mandada por Mhamed Ben Abd el-Krim El Jattabi. Hermano menor del líder rifeño; era distraer tropas del desembarco y hacerlo fracasar. La sombra de Igueriben, que fue la causa del colapso total de la Comandancia de Melilla en julio de 1921, se volvía a colocar sobre las cabezas de los españoles.

Un grupo de personas, incluyendo militares y civiles, se reúne en un evento formal donde un oficial parece estar entregando una medalla a otro militar mientras la multitud observa.

Finalmente, el 13 de septiembre, legionarios y Regulares rompieron el cerco. De los 200 defensores originales, solo 34 sobrevivieron y 22 de ellos con heridas de diversa gravedad. Todos los oficiales, incluidos Sevillano, habían muerto o resultado heridos. Sevillano recordaría el resto de su vida a los soldados catalanes y aragoneses que junto a él resistieron frente a todas las dificultades inimaginables.

Por su valentía, Sevillano fue condecorado con la Medalla Militar Individual y la Cruz Laureada de San Fernando, un honor reservado solo para los más heroicos. Los avatares de la demora de diez años están recogidos en la biografía que escribió su nieto muchos años después. 

En 1936, el capitán Sevillano estaba destinado en el Ministerio de la Guerra, el 20 de julio acudió a su puesto de trabajo, como cualquier otro día, pero había civiles en la puerta que le indicaron que debía volver a su casa. No participó en la sublevación, sin embargo, fue detenido y llevado a la Cárcel Modelo primero, y la prisión improvisada de San Antón, después. Allí coincidió con Pedro Muñoz Seca. 

Ángel Sevillano Cousillas con bigote y cabello oscuro peinado hacia atrás vistiendo un traje formal.

El capitán Sevillano, el héroe de Cudia Tahar, fue uno de los presos que fueron sacados de las chechas y enviados a Paracuellos del Jarama para ser fusilado. Un triste final que solo demuestra lo incomprensible, despiadado y miserable del odio, la crueldad y lo absurdo de los primeros meses de la Guerra Civil en todos los lugares de España, estuvieran bajo en poder que estuvieran. 

La historia no se repite nunca, pero sí se dan situaciones análogas porque los que llevaron la polarización al asesinato hace 90 años, no dejan de ser nuestros antepasados más directos y, por tanto, seres humanos como nosotros. Toda generación tiene el derecho a cometer sus propios errores, pero repetir los que llevaron a nuestro país a sus peores momentos no demuestra más que ignorancia, temeridad e irresponsabilidad. Les espero el miércoles que viene…

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