Diagnosticar la hiperactividad
"Si no educamos en la espera, la calma y el autocontrol, los niños jamás aprenderán a ganarse sus propias cosas"
Los síntomas centrales del TDAH no son el nerviosismo, como muchos creen, sino una falta de autocontrol generalizado. A ello se suma una insatisfacción irracional que el aquejado aprende a suplir inconscientemente con actitudes díscolas. Todo ello puede conllevar un sesgo en la atención del zagal, una dificultad para finalizar las tareas y una excesiva inquietud. Para diagnosticarlo en casa se utiliza una prueba, el Cuestionario de Conducta de Conners, al que los padres deben responder indicando un “nada”, “poco”, “bastante” o “mucho”.
Luego, y con las casillas marcadas, se computa el índice de hiperactividad. Las preguntas son: 1. Es impulsivo, irritable; 2. Es llorón/a; 3. Es más movido de lo normal; 4. No puede estarse quieto/a; 5. Es destructor (ropas, juguetes, otros objetos); 6. No acaba las cosas que empieza; 7. Se distrae fácilmente; 8. Tiene escasa atención; 9. Cambia bruscamente sus estados de ánimo; 10. Sus esfuerzos se frustran fácilmente; y 11. Suele molestar frecuentemente a otros niños. Obviamente, estas preguntas no son suficientes para un diagnóstico correcto y cabe la observación atenta de un psiquiatra al respecto.
Si la prueba anterior la aplicamos a cualquier infante menor de cinco años, da que todos los humanos hemos sido hiperactivos alguna vez. Todos los niños suelen ser movidos, dispersos y con bajo nivel de autocontrol, algo que define la infancia en sí misma. Es más, resulta normal que un niño sea inquieto, que se distraiga con el paso de una mosca y que proteste ante una orden adulta. Durante esta etapa debe aprender a controlarse bajo los límites paternos. Si un chiquillo se mueve cuando padece hambre, soledad, frío o sueño, no se le diagnostica un TDAH sin más, ya que se mueve por falta de algo que todavía no ha aprendido, su autocontrol. Un humano maduro sabe, hasta cierto límite, autocontrolarse si siente hambre, soledad, frío o sueño, pero el crío todavía no ha adquirido estos aprendizajes y ante cualquier incomodidad se muestra inquieto y movido. Si el entorno no educa en la espera, la calma y el autocontrol, el zagal jamás aprenderá a ganarse las cosas. Cualquier crío necesita adquirir paciencia, rutinas y esfuerzo para su posterior madurez.
Por tanto, y como ya se dijo con anterioridad, la prueba Conners no es suficiente para un diagnóstico correcto del TDAH. Este cuestionario simplemente describe la más temprana infancia que un niño sin límites, premios y atenciones no sabrá superar. Si un zagal no aprende a autocontrolarse y sigue movido, disperso e impulsivo, saldrá como hiperactivo en el Conners. En tal caso, la terapia debería ser una educación que corrija tales deficiencias y no la creencia en una enfermedad. De hecho, un entorno acelerado en lo fácil y la hiperestimulación con libre acceso a televisión, internet o deseos lleva a los niños hacia culo veo, culo quiero. En ello, y si cada vez hay más padres que no ponen límites adecuados a sus hijos, habrá más casos de TDAH con más niños movidos y sin autocontrol, zagales que simplemente llaman la atención para que sus padres ausentes jueguen con ellos, les marquen límites o les regalen estima.
Cabe añadir que, y en otras patologías estudiantiles como dislexias, sorderas, problemas de lateralidad o miopías, la anomalía suele decretarse sin discrepancias entre los especialistas. Ello sucede por dos razones, existen pruebas clínicas que las detectan y los individuos afectados suelen manifestar su problema con claridad. Pero con la hiperactividad no hay análisis químicos que la corroboren y al final todo depende de un cuestionario y de las opiniones de alguien. El dictamen de este es lo que decreta si uno padece o no tal síndrome sin que haya datos físicos o químicos al respecto, solo observaciones. Se insiste, el fallo del especialista surge de descripciones del aquejado y solo un científico puede realmente detectar con mayor objetividad a los hiperactivos.
Lo más preocupante es que algunos padres sienten en algunos falsos diagnósticos un mástil en donde aferrarse ante cualquier mal resultado de su hijo, es decir, viven agazapados al diagnóstico y ven a su hijo como a un enfermo aunque en clase, y bajo la excusa de una supuesta hiperactividad, ese alumno haya pasado a una hipoactividad, es decir, que no pega ni golpe, o dicho de otro modo, no terminaba los ejercicios que se le preparaban con exclusividad y formaba parte de quienes no superaban las pruebas PISA. Eso sí, muchos de estos padres insisten que la medicación resolverá esa apatía por los deberes. Quizás la tendencia y la necesidad de resolver rápidamente cualquier problema educativo impulsa estas declaraciones. Además, y solo en casos psiquiátricos bien diagnosticados, la terapia con fármacos parece justificable y necesaria. Y, aun así, siempre debe ir acompañada de una terapia educativa y correctora. En ello están de acuerdo la mayoría de los psiquiatras, algo que nos lleva a ver la causa del TDAH como una combinación entre hábitos y genética.
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