Dos mujeres leyendo en un fondo rosa, una en blanco y negro y otra en color.
OPINIÓN

La humanidad no será libre hasta que la mujer deje de ser sierva

El discurso de Julia Peguero de 1921

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

En un cambio de año, es un clásico recurrir al resumen de lo que sea: noticias, eventos deportivos, sucesos, decesos o cualquier otra cosa que merezca ser recordada y que tuviera lugar a lo largo de los doce meses anteriores.

No entraré en la política nacional porque no puedo, no quiero, no me da la gana y basta una línea para anunciar que las verdulerías han permanecido abiertas permanentemente durante las últimas 365 veces que esta esfera rocosa repleta de agua ha dado vueltas. Uno puede sufrir lumbago o puede tener estreñimiento, pero cuando ambas afecciones se presentan juntas, dos pequeños problemas se convierten en uno grande.

Hasta aquí el resumen de un año que ha sido muy importante internacionalmente hablando, de pelea callejera en lo nacional y con expectativas de continuación para el futuro más inmediato.

Hoy voy a traer a la palestra a una ateneísta que, por su condición de mujer, como muchas otras de su época, no fueron tomadas lo suficientemente en serio, pero cuyos discursos estaban cargados de simbolismo y de la justa reivindicación de una igualdad que no existía ni por asomo.

El primer feminismo en España procedía, como es lógico, de "señoras bien". Las únicas que tenían posibilidad de acceder a la educación eran las que tenían familias con posibles. Estudiar una carrera para una señorita no estuvo legislado hasta 1910, con la coincidencia de Emilia Pardo Bazán como secretaria de Estado en el ministerio de Instrucción Pública, que con los años recibió la denominación mucho menos glamurosa de "Educación". Antes de ese año y del avance de un Gobierno dirigido por el conde de Romanones, hubo mujeres licenciadas, por supuesto, pero solo algunas cuya vehemencia y disposición era tan determinante que pudieron romper cualquier barrera, porque como decía una de ellas, la célebre Concepción Arenal: "No se puede dar al cálculo de lo que es capaz la abnegación".

Una persona mayor con cabello blanco lee un libro con atención en un entorno al aire libre.

Entrado el siglo XX hubo mujeres en las organizaciones obreras, algunas de ellas muy conocidas como Virginia González Polo que tuvo una gran importancia en el PSOE y en la escisión posterior tras la dicotomía de afiliarse o no a la Tercera Internacional. Virginia abogó entonces por dejar el partido y fue una de las fundadoras del PCOE, Partido Comunista Obrero Español, embrión de lo que poco más tarde se convertiría en el PCE, de la que llegó a ser secretaria femenina del Comité Central.

No cabe duda de la fuerza de las que pertenecían a los partidos proletarios, pero dentro de la burguesía y la intelectualidad del inicio de los años 20, cuando la Restauración se mostraba agónica y el problema de Marruecos lo inundaba todo, en el Ateneo de Madrid, había algunas voces agudas que querían dejarse oír.

No es objetivo de este espacio hacer competencia a mi querida Sandra Ferrer Valero, a la que, probablemente, no se le ha escapado una mujer que tuviera algún papel relevante en la historia. Yo voy a mencionar a una de las ateneístas que pertenecían a la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, tal vez la más fuerte de las organizaciones sufragistas que aparecieron a principios de siglo en España. No fue la pionera, pero consiguió sobrevivir hasta el inicio de la Guerra Civil. La fundó un grupo de mujeres encabezadas por Consuelo González Ramos y María Espinosa de los Monteros.

Una de sus afiliadas destacadas, durante la sesión de la Sección de Ciencias Morales y Políticas del reputado Ateneo madrileño, Julia Peguero, ofreció un discurso en contestación a una memoria presentada por otro ateneísta y aprovechó para exponer sus ideas sobre qué es el "feminismo":

Una mujer sentada en una silla elegante, sosteniendo un libro y mirando hacia la cámara.

«Es para mí el feminismo el reconocimiento de la igualdad de derechos y deberes entre los dos sexos que forman la humanidad. Por tanto, cuando ello se logre, el problema feminista habrá cesado y las entidades feministas se disolverán, no necesitando de la cooperación de sexo; agrupándose, sin distinción de este, para laborar por la comunicación de ideas en los diferentes órdenes de la vida social. Entonces será llegado el momento de ocuparse de cuestiones que, como el divorcio, afectan a los dos sexos, para resolver en común, según sus opiniones, y se verán en puntos opuestos a personas que hoy íntimamente unidas por una convicción feminista, cuestión de justicia, independiente de ideas o sentimientos religiosos y políticos».

La primera parte de la intervención, que tuvo lugar el 30 de diciembre de 1921, es interesante desde la perspectiva actual. Lógicamente y contextualizando, el simple hecho de alcanzar la posibilidad de ejercer el voto ya era un logro considerable, pero es curioso cómo, tras una definición del concepto “feminismo” con atributos definitorios de igualdad de derechos y deberes, se afirma que este desaparecería tras conseguir tales objetivos.

Los debates son siempre enriquecedores y es una virtud de la inteligencia humana que, por desgracia, va desapareciendo ante el martillo dogmático que se ha impuesto en algunos temas de los que parece que cualquier reflexión contraria a lo establecido está fuera de lugar.

Los tres aspectos que doña Julia presentaba como condicionantes para que se lograran los objetivos feministas eran morales, económicos y políticos. El económico tenía fácil resolución y era una cuestión de voluntad.

Portada de la Gaceta de Madrid del 9 de marzo de 1910 con información oficial y administrativa.

El aspecto moral mejoraría con la igualdad, porque en la mentalidad de 1921, y Julia Peguero podría situarse en el liberalismo de izquierdas, pensaba que siendo la mujer libre se evitarían prohibiciones pues estas avivaban el deseo. Ponía la ateneísta un ejemplo sobre las mujeres musulmanas, de las que decía: «No es virtud aquella prohibición mantenida por separación de sexo o presencia de guardián. La mora se precipita a las celosías de su prisión cuando resuena en las calles el fuerte pisar del zapato europeo; porque es la privación y la ignorancia poderoso acicate de la curiosidad». Confiaba la interviniente en una regeneración social cuando las mujeres alcanzaran las mismas cotas de influencia que los hombres, algo que, en 1921, estaba muy lejos de ser una realidad. Un aspecto ineludible era el analfabetismo mucho más acusado en el género femenino que en el masculino y que lastraba cualquier salida a la sumisión socialmente aceptada.

Ya en ese año, diez antes del debate sobre el voto femenino en las Cortes Republicanas, se planteaban las preocupaciones de los partidos más a la izquierda: «Compréndase el temor de las izquierdas de que el voto femenino produzca una parada en la marcha progresiva de los pueblos, que en todo caso sería momentánea, pues la Humanidad no será completamente libre mientras la mujer no deje de ser sierva».

Los temores de las derechas eran, a ojos de doña Julia, apoyados sobre la idea de «perder la tutela cuando la mujer reflexione y se mezcle en el curso de la vida viendo directamente las llagas que miman a la Humanidad. Pero no se explica la sistemática oposición de quienes no están influidos en uno u otro extremo sino por atavismos que les privan de abrir los ojos a la realidad».

Retrato en blanco y negro de una mujer con cabello rizado y un collar trenzado.

Dice la crónica del 31 de diciembre de 1921, sobre el discurso de Julia Peguero el día anterior, que la conferenciante fue «muy aplaudida».

Se tiende a pensar que la lucha feminista española se inició con la llegada de la Segunda República, pero desde mucho antes las aspiraciones sufragistas de las mujeres fueron defendidas por un puñado de ellas. La Dictadura de Primo de Rivera, que llegó menos de dos años después de la Conferencia, aprobó el voto de la mujer de forma condicionada, aunque no dio tiempo a que este se ejerciera y no volvería a plantearse hasta que se propuso como inclusión en la Constitución de la República y el conocido debate entre Clara Campoamor y Victoria Kent.

Algunas de las frases de esta conferencia tienen un gran simbolismo y esa es la razón de exponerla aquí este primer miércoles del año 2025, en una invitación a la reflexión y al debate. ¿Hay plena igualdad entre hombres y mujeres? En caso afirmativo ¿Debía el feminismo darse por amortizado y evolucionar como pretendía hace más de 100 años Julia Peguero?

No tengo las respuestas, porque esa es otra historia digna de ser contada...

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