
La declaración unilateral del Estado Catalán de 1873
Un episodio poco conocido de la historia de España es la creación de un "Estado Catalán" durante la Primera República

La historia de España en el siglo XIX está marcada por una sucesión de convulsiones políticas, sociales e ideológicas que reflejaban las tensiones entre tradición y modernidad, centralismo y descentralización, monarquía y republicanismo. La complejidad de todo lo sucedido durante ese periodo de la historia de España nos ha llevado todos a la absoluta pereza de intentar estudiarlo, profundizar en él y, lo más complicado, entenderlo. Sin embargo, para comprender de verdad de dónde venimos y muchos de los problemas de hoy día, es necesario echar un ojo a un periodo en el que aún no existía el catalanismo y el único nacionalismo imperante era el español.
Uno de los episodios más singulares y menos conocidos de este periodo tuvo lugar en marzo de 1873, cuando, en el marco de la recién proclamada Primera República Española, se intentó establecer un "Estado Catalán" como parte de una propuesta federalista elevada por republicanos intransigentes. Este suceso, aunque efímero y de alcance limitado, acomoda contradicciones y desafíos de un país que estaba más perdido que "La Charito", y perdónenme la comparación, pero párrafos abajo entenderá el porqué de este comentario.
La Primera República Española llegó el 11 de febrero de 1873, tras la abdicación de Amadeo I de Saboya, un rey que desembarcó en España para enterrar a su principal valedor, el malogrado general Prim. Dos años de inestabilidad absoluta y un incidente corporativo provocado con el Cuerpo de Artillería pusieron al Monarca en una situación insostenible.

El nuevo régimen nació en un contexto de inestabilidad absoluta. Las Cortes estaban divididas entre monárquicos, republicanos unitarios y federalistas, todos ellos divididos en un atomizado grupo de pequeñas facciones. El país enfrentaba revueltas sociales, la guerra carlista en el norte y la insurrección separatista en Cuba, donde se libraba una guerra desde hacía cinco años.
Los republicanos federalistas, liderados por figuras como Francisco Pi y Margall, abogaban por un modelo descentralizado, inspirado en los Estados Unidos o Suiza, donde las regiones o "estados" disfrutarían de amplia autonomía dentro de una federación española. En realidad, su base teórica era el Estado Federativo de Pierre Joseph Proudhon, un filósofo francés que preconizaba el pacto entre los estados federados y la Nación. Este debía ser sinalagmático, es decir, que ambas partes cumplieran con sus responsabilidades recíprocas; y conmutativo, ya que debía existir un equilibrio entre los estados federados. En realidad, a Proudhon, en su país, no le había hecho caso ni Perry Mason. Pero en España Pi y Margall prologó su libro y el texto se convirtió en la biblia de los panegiristas de La Federal. Los mismos estudiosos contemporáneos reconocían en aquel propósito una utopía.
Cataluña había desplegado un creciente sentimiento identitario impulsado por La Renaixença cultural derivada del romanticismo decimonónico. A todo ese poso literario, pictórico, artístico, excursionista y amante de la naturaleza que llamó la atención entre los intelectuales catalanes, se añadió el progreso y la riqueza impulsados por la revolución industrial, que convirtió a la provincia de Barcelona en el motor económico de España.
Barcelona, por tanto, se convirtió en un escenario clave para las ideas federalistas. Por otra parte, la falta de consenso político y la fragilidad institucional de la República abrieron la puerta a iniciativas locales que, en algunos casos, desbordaron las intenciones de los líderes nacionales. Estanislao Figueras era presidente del Poder Ejecutivo y Pi y Margall, compañero de partido, era el ministro de Gobernación. Ambos abogaban por ir paso a paso. Primero había que disolver la Asamblea, convocar elecciones para establecer unas Cortes Constituyentes y que estas decidieran el modelo de Estado: unitario o federal. Sin embargo, en Barcelona, los intransigentes de su partido querían ir más deprisa, pensando que se podía hacer la federación de abajo a arriba. Algo que el mismo Pi y Margall había defendido meses antes y que ahora veía como imposible.

Los Sucesos de Marzo de 1873
El 8 de marzo de 1873, apenas un mes después de la proclamación de la República, un grupo de republicanos federalistas catalanes, liderados por el sector intransigente y apoyados por algunos miembros de la Diputación de Barcelona, declararon la constitución del "Estado Catalán" como parte de la federación española que aún estaba en proceso de definirse. Este acto no puede considerarse una declaración de independencia en el sentido moderno del término, sino una interpretación extrema del federalismo, que buscaba establecer de facto la autonomía catalana antes de que el gobierno central lograra articular una constitución federal.
La declaración tuvo lugar en un momento de pura exaltación. En Barcelona, las milicias populares y los sectores obreros, influidos por las ideas del internacionalismo y el republicanismo radical, veían en esta iniciativa una oportunidad para consolidar el poder local frente a un Madrid percibido como distante y centralista. El texto de la declaración, redactado por figuras como Josep Anselm Clavé y apoyado por algunos líderes locales, afirmaba la soberanía del pueblo catalán dentro del marco de una "República Federal Española", estableciendo un gobierno provisional y convocando a la redacción de una constitución propia.
Una de las premisas de los republicanos federales era la de eliminar el Ejército permanente y acabar con la redención a metálico, mediante la cual, los ricos podían pagar para no ser sorteados en los Ayuntamientos y no acudir al servicio militar, mientras los pobres pagaban lo que se conocía como "La contribución de sangre". Es decir, servir en el Ejército, si la bola del sorteo lo decidía, durante 8 años. 4 en filas y el resto como reservista.
Los intransigentes suprimieron el servicio militar de un plumazo en Barcelona y muchos soldados se marcharon a sus casas. La indisciplina militar fue total, dejando a los mandos en absoluta indefensión. De ese modo, cuando se proclamó el Estado Catalán, no hubo una reacción inmediata por parte del capitán general de Cataluña, que no contaba con tropas para contener tal acción subversiva.

Fue el Gobierno central, presidido por Estanislao Figueras, quien actuó de forma rápida y contundente. Figueras, un catalán moderado y firme defensor del federalismo pactado (es decir, una federación construida desde arriba, con acuerdo entre las partes), consideró esta declaración unilateral como lo que era, un acto de absoluta insubordinación que ponía en peligro la unidad del proyecto republicano. Envió tropas a Barcelona y, en cuestión de días, el 12 de marzo, el experimento del Estado Catalán fue disuelto sin apenas resistencia armada. La Diputación de Barcelona fue intervenida, y los líderes de la iniciativa fueron arrestados o dispersados.
La debilidad institucional de la Primera República jugó un papel crucial. Sin una constitución aprobada ni un Ejército leal consolidado, el gobierno de Figueras dependía de la improvisación y la autoridad moral para mantener el orden. La declaración catalana, al desafiar esa autoridad, fue vista como una amenaza existencial en un momento en que la República ya enfrentaba múltiples frentes de oposición, incluidos los carlistas y los monárquicos.
Finalmente, el apoyo popular al Estado Catalán fue limitado. Aunque Barcelona y algunas ciudades catalanas contaban con una base de republicanos entusiastas, la mayoría de la población rural y las élites económicas no respaldaron la iniciativa. La Renaixença, si bien había revitalizado la cultura catalana, aún no se había traducido en un movimiento político de masas con una agenda clara de autogobierno. En realidad, esta rebelión tenía un carácter mesocrático y con muy poca influencia entre obreros y campesinos, a pesar de que algún líder de la facción de la Internacional barcelonesa se dejó llevar por las ensoñaciones federalistas.
A corto plazo, la disolución del Estado Catalán reforzó la percepción de que el federalismo radical era inviable en el contexto español de la época. El episodio alimentó los argumentos de los republicanos unitarios y los monárquicos, quienes acusaban a los federalistas de fomentar la anarquía y la desintegración nacional. Sin embargo, también dejó una huella en la memoria colectiva catalana, como un ejemplo temprano de las tensiones entre el centralismo español y las aspiraciones de autogobierno regional.

La Primera República Española no sobrevivió mucho más allá de este incidente. En mayo de 1873, Figueras dimitió, agotado por las divisiones internas, y fue sucedido por Pi y Margall, quien intentó avanzar en un proyecto de constitución federal. La proliferación de "cantonalismos" —revueltas similares a la barcelonesa en lugares como Cartagena, Málaga y Valencia— debilitó aún más al gobierno. El golpe militar del general Pavía en enero de 1874 puso fin a la República parlamentaria, dando paso a una bajo la espada del general Serrano.
El federalismo cobró mala fama y se convirtió en sinónimo de caos e inestabilidad. Uno de esos federalistas intransigentes, que incluso había escrito las bases para una constitución federal, se convertiría en el primer ideólogo del catalanismo pocos años después, Valentí Almirall, pero esa es otra historia digna de ser contada...
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