Dos hombres con traje y corbata en primer plano, uno de ellos con expresión seria y el otro hablando, sobre un fondo rosa con un currículum vitae desenfocado.
OPINIÓN

Currículums y dimisiones de verano

Si un solo político se dedicara a decir la verdad por sistema, todo el entramado institucional saltaría por los aires

Imagen del Blog de Octavio Cortés

Se ve que ahora el problema es el currículum de algún subdirector de provincias y no la ruina absoluta del país. Qué tiempos. En realidad, cualquiera de nosotros daría por bueno a un ministro de transportes que hiciera que los trenes funcionaran, aunque en su curriculum pusiera que había sido director de la Filarmónica de Viena. Pero no, ahora por lo que se ve hay que lanzarse de cabeza, cuesta abajo y sin frenos, al tema de los curriculums.

Primera observación: el mundo está lleno de personas poseedoras de un curriculum brillante y que son un auténtico peligro. El éxito profesional o académico a veces va acompañado de la integridad moral y a veces no. ¿Profesores de universidad como Pedro Sánchez o Monedero o Iglesias? No, gracias.

Primer plano de Juan Carlos Monedero sonriendo y de fondo una estantería con libros

Segunda observación: la política española siempre ha contado con un porcentaje mínimo, pero estable y muy divertido, de catetos absolutos. Algunos de ellos (honor a doña Celia Villalobos o a doña Marisú Montero) con un recorrido académico innegable. Como también hemos tenido a catedráticos más tontos que un palo de escoba (salve, don Ángel Gabilondo).

Tercera observación: en el curriculum todo el mundo miente, como en las encuestas. Los políticos no iban a ser menos. Al fin y al cabo, los políticos emergen del pueblo, como setas monstruosas. Nosotros los incubamos, los engordamos, los entronizamos. Son el fruto venenoso de nuestras desidias.

Lo cómico viene cuando la prensa de uno y otro lado finge estar escandalizada por constatar una mentira en un curriculum cuando, en su día a día, nuestros políticos mienten más que respiran. De hecho, si un solo político, aunque fuera de segundo nivel, se dedicara a decir la verdad por sistema, todo el entramado institucional desde Fernando VII saltaría por los aires. Llamando a las cosas por su nombre no se generan aberraciones estables como el Banco de España o el Consejo de Estado o el Ministerio de Presidencia, vibrantes templos de inmoralidad, dispendio y miseria.

Un hombre con gafas y traje oscuro hablando en un entorno iluminado con luz azul.

¿Hay mejor ejemplo que la política catalana reciente? Piénsese en el bueno de Carles Puigdemont, en su estado actual de acumulación de tejido adiposo. Ha dicho tantas veces una cosa y la contraria que ahora miente hasta cuando estornuda. No podría decir la verdad ni aunque quisiera, porque en cuanto sale una palabra de su boca ya está desmintiendo algo que dijo en otro momento. O en Oriol Junqueras, que ya solo aparece en los medios paseando por el campo y hablando de San Francisco de Asís.

Si uno quiere verdad, que vaya a la Biblia o al Quijote o a la poesía de Cernuda. Buscar la verdad en el telediario es como buscar a Santa Bernadette de Lourdes en las fiestas de Ábalos & Koldo. O a Anna Gabriel en un anuncio de desodorantes.

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