
El AVE en verano
La experiencia de viajar en AVE durante el verano se ha convertido en un cúmulo de retrasos, incomodidades y caos generalizado
El tren de Alta Velocidad, también llamado AVE en España, ha pasado de ser un medio de transporte fiable y eficiente a una aventura en cada viaje. Más aún durante los meses de verano, donde uno debe cruzar los dedos para que salga puntual, no haya ninguna avería a mitad de trayecto, no te toque un coche lleno de niños malcriados desatendidos por sus padres o pasajeros que colocan las maletas donde les da la gana. Sí, el AVE en verano es un infierno.
La concepción del tren de Alta Velocidad en España, ya hace poco más de cuarenta años, fue errónea desde el principio. Las prisas del entonces presidente del Gobierno español, el sevillano Felipe González, por inaugurar un tren rápido entre Madrid y Sevilla coincidiendo con la Exposición Universal de las Culturas, hicieron que las autoridades de aquel momento cometieran el primer desacierto: que la primera línea fuera un Madrid - Sevilla y no un Madrid - Barcelona, con más potenciales usuarios y mayor rentabilidad, como se ha demostrado hasta ahora.

El segundo gran error, en mi opinión, fue la concepción radial de la Alta Velocidad, es decir, que todas las líneas deban pasar por Madrid. Imposibilitando así conexiones en menos de dos horas entre Barcelona y Valencia o reduciendo mucho el trayecto con Bilbao o Santiago. Pero, además, mientras se creaban nuevas líneas de AVE, algunas de muy dudosa necesidad y viabilidad social o económica, se iban dejando morir líneas de media distancia o tren convencional que prestaban un servicio digno y útil, posiblemente muy mejorable, y que hoy se echan en falta.
Ya sé que todo lo que les he contado en los dos últimos párrafos era prescindible. Pero así se entiende mejor la apuesta fallida por la Alta Velocidad en España, con el gran último error provocado por la liberalización del servicio, no hace tantos años, con una promesa de popularizar el tren y facilitar que toda la ciudadanía pudiera viajar a Madrid a un precio y en un tiempo razonables. Evitando, además, la contaminación de los aviones. Como si en Madrid no tuviéramos ya bastante saturación turística, venga, venid todos, que cuantos más seamos, mejor nos lo pasaremos (con los atascos de peatones y de coches).

Esta liberalización ha puesto en el mercado muchas más plazas de Alta Velocidad. Sí, es cierto. Pero no necesariamente ha facilitado el acceso a los trenes, ya que en muchos casos las tarifas han subido. Pero la gente, pese a quejarse mucho de no llegar a fin de mes, sigue comprando billetes. En algunos casos, seguro, incluso financiando las vacaciones. Pero a viajar se ha dicho. El problema de esto es que el AVE, que antes sabías que te dejaba en destino minutos antes de la hora prevista de llegada, permitiéndote planificar reuniones o citas en la ciudad de destino, se ha convertido hoy en un mar de incertidumbres.
A veces, a la hora prevista, ni siquiera está el tren en la vía asignada. A mitad de camino, otras veces, se detiene. Y sin ninguna información, pasa el tiempo y nadie te dice cuándo llegarás. Hasta siete horas ha habido gente que ha tenido que permanecer dentro del vagón. Esto es culpa de esa liberalización, de esa popularización del tren, de ese “a viajar todo el mundo”, aunque sea pidiendo un préstamo.

En resumen, aquel AVE cómodo, con personal amable, que te daba unos auriculares y unas toallitas con olor a limón, se ha convertido hoy en una jungla, tanto por el tipo de pasajero que lo utiliza como por la inseguridad en el tiempo de trayecto. El personal es poco empático, muchas veces porque ni ellos tienen información que ofrecer al usuario, los trenes ya no están tan limpios ni cuidados como antes, y los interventores ya no piden que callen a los niños gritones del verano, ni a los que hablan con la familia o amigos a gritos más de una hora seguida por teléfono, ni tampoco exigen que los pasajeros coloquen su equipaje en los compartimentos previstos para tal efecto —como dice la locución grabada, que si es en directo, a veces te hartas de reír del catalán que hablan algunos—, para permitir caminar dentro de los vagones o garantizar la seguridad de todos.
He escrito este artículo, sí, para desahogarme en parte por las enormes colas que hay en la estación de Atocha y que me han hecho perder un tren, pese a llegar con cierta antelación; por la cantidad de pasajeros poco civilizados que viajan en el nuevo tren y por los padres que no son capaces de imponer respeto a sus hijos, y por usted, la pasajera que tengo en el asiento de al lado, que ha estado más de 40 minutos leyendo la pantalla de mi ordenador, mientras escribo un reportaje para el diario. Dios quiera que no sea una espía y venda la información a algún otro compañero, que me ha costado mucho conseguirla. A usted, señora desconocida, ¡espero que le guste esta columna veraniega!
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