Un niño con expresión de frustración se sienta frente a una hoja de papel y un lápiz sobre una mesa con un fondo rosa.
OPINIÓN

Alumnos sufridores, alumnos perdedores

Si acabamos considerando que los defectos son enfermedades, jamás se le podrá exigir a nadie que mejore

Cuando, de pequeños, nuestros hijos nos dicen que la oscuridad les da miedo, a menudo les respondemos sin empatía y les mandamos de nuevo a la cama sin más, que no tengan aprensión, que nada les va a pasar, pero eso no resuelve su miedo, lo alimenta. De forma similar actuamos ante la frustración de un alumno al llorar o al sufrir ante un mal resultado académico, cuando le decimos que no llore, que no es tan importante en la vida, o en otras ocasiones cuando les recriminamos y les abroncamos con un "ya te lo dije que con esa actitud ibas a suspender". En este caso estamos ante un alumno sufridor que, sin ser la causa fundamental del fracaso escolar nacional, si bien lo contrario, sí suelen tener problemas para llevar con seguridad su formación. Ante ello, y cuando el chaval sabemos que pondrá de su parte, que no nos estará manipulando con teatro lacrimógeno bajo el proverbio indonesio de que las lágrimas son como las perlas, nunca sabes si son falsas, hay que darle un apoyo para su autoestima contándole que eso es normal, que a uno también le ocurría, pero que se está a su lado para que aprenda a vencerlo. En fin, que más que preocuparse, hay que ocuparse para que el escolar halle sus estratagemas y refuerce su mente ante los problemas de la vida. En caso contrario, lo convertiremos en una magdalena defectuosa que se deshinchará al salir del horno familiar. El gran problema no es la capacidad sino la inconstancia.

Hay alumnos de insuficiente, de suficiente, de bien, de notables, hasta de sobresalientes, pero también hay otros que resultan inclasificables, los que sacan notas dispares en función de sus gustos y temporadas. Su boletín muestra algunos suspensos, otros bienes, y hasta puede que algún notable. En tal caso estamos ante un alumno inconstante, el que saca un poco de todo y mucho de nada, todo un jardín entre flores y cardos, un alumno que nos toma la delantera y que, tarde o temprano, espabilará, superando a sus adultos en algo que vamos perdiendo: la adaptabilidad. Pero cada vez más a menudo los adultos pensamos que un alumno con problemas es un enfermo.

Persona estudiando en un escritorio con libros y cuadernos abiertos, rodeada de útiles escolares.

La pedagogía y política actuales potencian algo muy peligroso ante el fracaso escolar. A veces se deriva a un alumno al experto en busca de una enfermedad, a sabiendas de que lo que padece es un mal hábito educativo. Y cada vez se emiten más veredictos clínicos que los padres creen como una invalidez estudiantil y no un mal hábito adquirido. Hasta puede que haya siniestros especialistas que le aseguren una y otra vez que los alumnos con dificultades estudiantiles son escolares limitados que padecen síndromes diversos, hasta puede que le digan que la vagancia es una patología de origen genético. Ante tal perversidad, se crean individuos que jamás se sentirán responsables de nada y que en nada valorarán el esfuerzo, todo lo contrario, su ignorancia será atribuida a dificultades. En fin, que si a los defectos se les llama enfermedades, jamás se podrá exigir que nadie intente mejorar; es más, la familia culpará a la genética de sus limitaciones y nadie se hará responsable de nada.

Atender como enfermos a los alumnos sin hábitos los hunde en una falaz patología. Mejor exigir que el especialista redacte un informe de pautas de intervención en el aula, es decir, cómo atender individualmente al estudiante. Pues bien, durante más de veinte años de docencia, y tras pedir siempre al especialista pautas de intervención para alumnos con dificultades, jamás las recibí; sólo un sí oral, pero un vacío total. Y si usted es padre o madre, no crea siempre a su hijo enfermo por un diagnóstico. Simplemente véalo como algo a superar, como un arrecife que esquivar y no como un ancla fijada en el fondo. Aplique las terapias médicas que se le ofrezcan y trace un plan con fechas flexibles en sus objetivos. Si todo eso no da todos los resultados deseados, vuelva a rediseñar las etapas. Como decía Albert Einstein: "Es bueno hacerse un plan, pero después no seguirlo". Improvise cumpliendo todo lo anterior. Si algunos mandamientos del proyecto fracasaran no derive todo al paracientífico, simplemente espere unos meses y no busque culpables. Quizás nos hayamos acostumbrado demasiado a acudir al especialista para resolver todos nuestros problemas. A ver si al final los caprichosos y malcriados seremos nosotros mismos, los adultos. Quizás al adolescente le convenga un cambio de centro, un cambio de grupo o un cambio de hábitos. Y, si el púber no da más, no hay que resignarse, hay que ocuparse.

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