Hombre con gafas y traje hablando frente a dos micrófonos.
POLÍTICA

El Consell de la República el (otro) chiringuito de Puigdemont que se hunde

El procesismo se desmorona sin remedio y eso afecta a Puigdemont, que se queda sin altavoces

Lo que nació como una suerte de “estructura de Estado en el exilio” impulsada por Carles Puigdemont tras su huida a Bélgica, hoy es poco más que un cascarón vacío. Un cascarón que, además, está sacudido por luchas internas, opacidad y dimisiones masivas. El Consell de la República, ideado como un “gobierno paralelo” para mantener viva la llama del ‘procés’, se hunde como se hunde el procesismo.

Esta semana, 13 delegados territoriales y un total de 22 miembros o exmiembros del organismo han firmado una demoledora carta de renuncia. Acusan a la dirección actual, encabezada por el abogado Jordi Domingo, de autoritarismo, malas prácticas y fraude organizativo. “No queremos ser cómplices de la perversión de un sueño”, concluyen los firmantes. 

La herencia tóxica de Comín y la huida de Puigdemont

El conflicto no es nuevo. Desde la dimisión de Puigdemont como presidente del Consell en 2023, la institución ha entrado en una espiral de irrelevancia y desconexión. Ya entonces saltaron las alarmas por la opaca gestión económica de Toni Comín, exconseller y entonces vicepresidente del Consell. Como muchos recordarán, Comín fue señalado por gastos injustificados y ausencia de auditorías.

Un hombre con gafas revisa un documento mientras sostiene un bolígrafo.

Ahora, con Jordi Domingo al frente, ni hay gobierno operativo, ni se han nombrado responsables territoriales, ni se ha presentado un plan de acción. Las acusaciones incluyen desde manipulación de votaciones internas hasta el uso de “decretos posteriores” para tapar irregularidades. Todo, mientras se utilizan plataformas ajenas - como la ANC - para comparecencias institucionales sin mostrar símbolo alguno del Consell.

La ANC también implosiona: mismo patrón, mismo fracaso

Pero la crisis del Consell no es un hecho aislado. Se suma a la implosión paralela de la ANC, la otra gran estructura pseudocivil del procesismo, también ahora bajo el control de figuras cercanas a Puigdemont. Presidida por el cantautor Lluís Llach, la ANC arrastra una hemorragia de socios, escándalos internos, reformas estatutarias polémicas y un colapso territorial evidente.

Solo esta semana, una veintena de secretarios nacionales dimitieron, y la sede territorial de Tarragona ha cerrado por falta de relevos y participación. En la última reunión de socios en la ciudad asistieron 17 personas. Tenían registrados 430. El propio coordinador en funciones lo resumía con crudeza: “La gente está quemada. Se sienten abandonados”.

Lluís Llach hablando frente a un micrófono.

Lo cierto es que tanto la ANC como el Consell de la República funcionan como altavoces de las estrategias personalistas de Puigdemont. Estos altavoces están centradas en mantener estructuras de poder simbólicas que en ofrecer horizontes políticos viables. Con ambos organismos carcomidos por la falta de democracia interna y la endogamia, el balance es el de dos chiringuitos que sobreviven a base de retórica.

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