Dos hombres en traje -que son Javier Milei y Donald Trump- sobre un fondo rosa, uno levanta el puño y el otro señala hacia adelante.
OPINIÓN

El surgimiento de la nueva derecha

La nueva derecha global gana terreno mientras el antiwokismo se consolida como respuesta al desgaste del progresismo

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del antiwokismo. Aquellos tiempos en los que el discurso dominante giraba en torno a la corrección política y la lucha por los intereses de las identidades minoritarias, todo ello bajo el paraguas del marxismo cultural, han terminado. Síntoma de ello es la victoria en Estados Unidos del presidente electo Donald Trump, quien se ha erigido como tal con la mayoría tanto en votos electorales como en el voto popular. Si bien el magnate ya ganó a Hillary Clinton en 2016, recordemos que esta superó a Trump en número total de votos, obteniendo un 48,17 % frente al 46,15 % cosechado por el candidato republicano.

Este acontecimiento no resulta en absoluto sorprendente, ya que forma parte de la evolución ideológica que está teniendo lugar en gran parte de Occidente. Está claro que el péndulo ideológico, que en su momento oscilaba hacia el wokismo, ha estado cambiando de dirección desde hace un tiempo. Sin ir más lejos, en las pasadas elecciones europeas, los grupos políticos homologables al trumpismo en la forma y, en parte, también en el fondo —a saber, el grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos, capitaneados por Meloni; el grupo de Patriots for Europe, fundado recientemente por Viktor Orbán; y el grupo de Europe of Sovereign Nations, liderado por la formación Alternativa por Alemania— representan hoy cerca del 26 % del Parlamento Europeo, frente al 17% de la pasada legislatura.

Primer plano de Donald Trump bailando

El crecimiento de las opciones políticas radicalmente contrarias a la hegemonía cultural izquierdista, tildadas frecuentemente de “ultraderecha”, está resultando ser un fenómeno generalizado en el norte global. No es de extrañar, habida cuenta del alejamiento progresivo de la izquierda de las preocupaciones que hoy manifiesta el grueso de la población, integrado fundamentalmente por los trabajadores que antaño les votaban. Décadas de imposiciones, censura y regulaciones contrarias al más elemental sentido común no podían sino desencadenar la reacción natural que estamos presenciando. Hoy, Trump se ha convertido en el máximo exponente de esa reacción, una reacción fundamentada sobre tres pilares fundamentales: la seguridad, el soberanismo y la identidad cristiana.

El mundo ha cambiado. Las banderas enarboladas históricamente por la izquierda política, como por ejemplo la lucha de clases, han dejado de tener sentido en las sociedades avanzadas actuales. Este cambio, junto con la evidencia del fracaso de esas ideas tras la caída del Muro de Berlín en 1989, ha llevado a la izquierda a una inevitable transformación ideológica. En consecuencia, este espacio político ha optado por redefinirse, enfocándose en la creación de subgrupos dentro de la población —como el colectivo LGTBI, las minorías raciales o las mujeres, entre otros— con el propósito de generar nuevas demandas sociales y construir una narrativa centrada en la defensa de identidades específicas. De este modo, han sustituido el enfoque tradicional basado en la confrontación de clases por uno centrado en el enfrentamiento entre los diversos grupos sociales a los que dirigen su discurso.

Una persona sosteniendo una bandera del orgullo LGBT+ junto a un semáforo en verde para peatones en una calle con árboles y edificios de fondo.

Frente a esto y, usando el lenguaje futbolístico, con el partido cuesta arriba, se ha sabido responder, previo rearme político, por parte de aquellos a quienes el discurso de la izquierda más acosaba. En esa nueva derecha global se han conjurado conservadores, nacionalistas e, incluso, libertarios. Nadie puede decir, por ejemplo, que Trump y Milei ocupan el mismo punto dentro del espectro político. Y, ¿qué me dicen de Bukele?, un individuo que ha terminado con los brutales niveles de delincuencia en El Salvador mientras medio mundo le observaba entre admirado y perplejo, y el otro medio le exigía que cesara en su afán por concentrar poder y aplicar medidas que muchos consideran autoritarias.

En este sentido, más allá de la confluencia ideológica, el nexo de unión es la rebeldía que han demostrado las figuras mencionadas, desoyendo a quienes, desde sus asientos en gobiernos y organizaciones internacionales de toda índole, alertaban al mundo del peligro que representaban y representan. Esa falta de docilidad para con aquellos que se han convertido en el statu quo es lo que ha posibilitado el surgimiento de esta nueva derecha en el panorama global.

La izquierda ha perdido ese componente revolucionario que la caracterizaba, o más bien, se lo ha dejado arrebatar. Mientras el “progresismo” mundial se acomodaba en las instituciones y se aferraba a una narrativa completamente alejada de las preocupaciones de la mayoría, estos nuevos movimientos han captado el descontento popular, canalizando la frustración hacia un relato que combina tradición, identidad y rechazo a las élites. En este contexto, la rebeldía ya no es sinónimo de transformación progresista, sino de una reacción que desafía al orden mundial conformado a lo largo de los últimos 80 años.

El presidente de Argentina, Javier Milei, interviene durante el acto ‘Viva 24’ de VOX, en el Palacio de Vistalegre, a 19 de mayo de 2024, en Madrid

En conclusión, el auge del antiwokismo y la consolidación de esta nueva derecha global no son fenómenos aislados, sino el resultado de un profundo desencanto con las narrativas y políticas impulsadas por la izquierda en las últimas décadas. La desconexión entre las élites progresistas y las preocupaciones reales de la ciudadanía ha creado un vacío que ha sido hábilmente ocupado por figuras y movimientos que, aunque diversos en sus enfoques, comparten un rechazo común al establishment y a la hegemonía cultural de la corrección política. Este giro ideológico no solo refleja un cambio en las prioridades de la sociedad, sino también una crítica contundente a la forma en que la izquierda ha gestionado su discurso y su relación con las clases trabajadoras y las mayorías silenciosas.

El futuro político, sin embargo, sigue siendo incierto. Mientras la izquierda intenta redefinirse y recuperar su conexión con las bases, la nueva derecha enfrenta el desafío de consolidar su propuesta más allá de la crítica y la rebeldía. La pregunta que queda en el aire es si estos movimientos serán capaces de ofrecer soluciones duraderas y coherentes a los problemas globales, o si su ascenso no es más que una reacción pasajera a un sistema que ha perdido credibilidad. Lo que es indudable es que el panorama político ha cambiado para siempre, y que las reglas del juego, tal como las conocíamos, han quedado obsoletas. El fantasma del antiwokismo no solo recorre el mundo, sino que probablemente haya llegado para quedarse, redefiniendo así el debate político.

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