La ‘operación castellers’
El auténtico “catalán” había que crearlo frente a la “contaminación” del “andaluz desestructurado” que tanto temía Pujol
El Programa 2.000, que fue el documento fundacional de la operación de ingeniería social que luego culminaría en el proceso separatista, no era un mero catálogo de medidas para que avanzara el nacionalismo en Cataluña. Era algo mucho más siniestro, dado que se reproducía el esquema de creación del “nuevo hombre” que tantas dictaduras intentaron imponer.
El auténtico “catalán” había que crearlo frente a la “contaminación” del “andaluz desestructurado” que tanto temía Jordi Pujol. De ahí que el Programa 2.000 abarcara todos los ámbitos de la sociedad. Porque no era solo construir una sociedad nueva dominada por el nacionalismo, se trataba de crear un “catalán” a medida de la visión que el nacionalismo tenía.
De ahí que no solo se intentara dominar las administraciones públicas, los colegios profesionales, los medios de comunicación, las universidades o los sindicatos. Se intentaba imponer también una forma de vivir el ocio, la cultura y las relaciones sociales basadas en el rechazo de lo “español” y la exaltación de la “catalanidad” pasada por el tamiz pujolista.
De ahí la obsesión por expandir los “castellers” que los nacionalistas veían como una exaltación de lo grupal y lo cívico frente a lo que consideraban costumbres “bárbaras” españolas, como la tauromaquia. De nada servía que en buena parte de Cataluña los toros formaran parte de sus costumbres más arraigadas. Lo que había que expandir era el “fer pinya” de los castillos humanos.
El plan estaba claro: una actividad que el nacionalismo consideraba ‘catalana 100x100’, pero con fuerte arraigo y tradición solo en algunas zonas como Vilafranca del Penedès o Valls, había que extenderla por todas las comarcas catalanas.
La “operación castellers” para expandir esta actividad como un rasgo positivo de la catalanidad conveniente se desarrolló con gran eficacia, usando a Catalunya Ràdio y TV3 como herramientas de propaganda. Rápidamente, la mayoría de medios del “espacio comunicacional catalán” se apuntaron a la operación, y se hicieron hasta ‘carruseles’ castellers al estilo de los programas deportivos del fin de semana.
Pero no solo se pensó en los ‘castells’, se fue más allá con otras formas de cultura popular autóctona. De ahí también el río de dinero público que regó a un montón de entidades culturales, convenientemente dominadas por el nacionalismo, para propagar la visión del folklore y la cultura catalana, cuidadosamente diseñada por el nacionalismo pujolista, primero, e independentista, después. Dónde nunca se habían celebrado ‘correfocs’ o se habían bailado sardanas – como en los barrios periféricos de Barcelona – se comenzaron a ver todo tipo de actividades de este tipo.
Las actividades culturales provenientes de otras regiones de España llevadas a cabo por las casas regionales en Cataluña estaban durante el pujolismo bajo el paraguas de los sucesivos departamentos de ‘Bienestar Social’, como si fueran cosas a extinguir por no ser “autóctonas”, mientras que las que el nacionalismo bendijo como “propias”, contaban con el amparo del Departamento de Cultura. Todo por contribuir a construir una Cataluña inventada sin apenas lazos con el resto de España. Y en eso seguimos, con un montón de instituciones dominadas por el PSC subvencionando generosamente desde hace décadas, y ahora que mandan en la Generalitat todavía más, el folklore que el nacionalismo vende como la representación de la única Cataluña posible, la que Pujol diseñó y sus herederos han defendido.
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