
¿Qué demonios está pasando en Turquía y por qué es tan importante?
El futuro de la República de Turquía no solo depende de su política interna, sino también de la respuesta de Occidente

Hace pocos días, haciendo ese movimiento diabólico con el dedo, deslizando vídeos en la red social X, me topé con una mujer joven, vistiendo un hiyab negro y con un inglés de marcado acento londinense, confesando su frustración al pasear por Estambul y comprobar como muchos de sus habitantes no respetaban el Ramadán. La chica no podía contener una mezcla de sorpresa y decepción por aquello.
Turquía es un Estado con mayoría musulmana, pero el laicismo siempre estuvo muy presente desde el nacimiento del estado moderno. El país, muy rico en contrastes y con una evidente variedad étnica, ha sufrido y, al mismo tiempo, se ha beneficiado de su situación geográfica. Siempre fue la puerta entre Europa y Asia, entre Occidente y Oriente, y con una visión más contemporánea, entre el primer y tercer mundo.

Por razones profesionales, en un viaje accidentado a tierras afganas, tuve que pasar, junto a unos cuantos compañeros más, cinco días seguidos en una de las terminales del Aeropuerto de Estambul. Uno podía identificar los vuelos por la vestimenta de sus pasajeros sin necesidad de mirar a las pantallas de las puertas de embarque. Bromeábamos diciendo que aquello era como la terminal de la película Men in Black.
Su papel como miembro estratégico de la OTAN y como país candidato —aunque estancado— a la Unión Europea, convierte a Turquía en un actor clave en los equilibrios de poder de Eurasia. Los recientes acontecimientos en Estambul, particularmente la polémica detención del alcalde Ekrem İmamoğlu, han reavivado las tensiones políticas internas y provocado una lógica alarma internacional.
Desde una óptica occidental, la deriva autoritaria del gobierno de Recep Tayyip Erdoğan y la crisis democrática turca generan preocupación por la estabilidad regional y la coherencia de la OTAN como alianza defensiva. Pensamos que Estambul está muy lejos, pero los flecos de sus alfombras llegan hasta nuestras preocupaciones.
La Turquía moderna
La moderna República de Turquía nació en 1923 bajo el liderazgo de Mustafa Kemal Atatürk tras el colapso del Imperio Otomano. Atatürk impulsó una ambiciosa reforma cultural y política destinada a modernizar el país bajo principios de secularismo, nacionalismo y occidentalización. Una de sus prioridades fue la separación radical entre religión y Estado, eliminando la influencia del Islam en la política. El Ejército, en este nuevo orden republicano, se erigió como el guardián de estos principios kemalistas. Durante el siglo XX, las Fuerzas Armadas intervinieron directamente en la política mediante golpes de Estado en 1960, 1971, 1980 y una intervención indirecta en 1997 para preservar el orden laico.
El militarismo turco, que compartía con el militarismo tradicional un nacionalismo incontestable, era, sin embargo, un baluarte de la modernidad del país y su aproximación a Occidente. El sistema político, aun cuando se presentaba como democrático, estuvo en gran medida condicionado por la tutela militar que restringía cualquier desviación del modelo kemalista. El Ejército veía su papel no solo como institución defensiva, sino como garante de la identidad republicana y secular del Estado. Además, la participación de muchos de sus oficiales en las estructuras de la OTAN favorecía una aproximación de estos a la mentalidad de sus compañeros occidentales. Este equilibrio, sin embargo, comenzó a cambiar con el ascenso del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) en el siglo XXI.

Desde la llegada al poder del AKP en 2002, Turquía ha experimentado una transformación política profunda. El liderazgo de Recep Tayyip Erdoğan, primero como primer ministro y luego como presidente, ha reconfigurado la dinámica institucional del país. Durante sus primeros años, el AKP promovió reformas democráticas que fueron bien vistas en Occidente y alentaron las negociaciones para la adhesión de Turquía a la Unión Europea. Sin embargo, tras consolidar el poder, el gobierno comenzó a limitar libertades, controlar el poder judicial y ejercer un control a la prensa que no tenía precedentes próximos.
Uno de los momentos clave fue la purga tras el intento de golpe de Estado en 2016, tras el cual decenas de miles de militares, jueces, periodistas y funcionarios fueron arrestados o destituidos bajo acusaciones de conspiración. Desde 2017, con la aprobación del referéndum constitucional, Turquía abandonó su sistema parlamentario en favor de un presidencialismo fuerte, consolidando un poder casi absoluto en manos de Erdoğan.
Las elecciones se han mantenido, pero bajo un clima cada vez más autoritario, con restricciones a la oposición, manipulación mediática y represión policial. En las Fuerzas Armadas existe una lógica psicosis al señalamiento político, por lo que las acciones de los generales y coroneles se realizan bajo la influencia de una considerable presión ejercida por las posaderas de los uniformados.
Turquía, la OTAN y Europa
Turquía se unió a la OTAN en 1952, posicionándose como un baluarte estratégico en la Guerra Fría debido a su ubicación geográfica entre Europa, Asia y el mundo árabe. Su inclusión obedecía más a su posición geopolítica que a sus semejanzas con los otros estados miembros. A nadie se le escapa que Turquía es el patito feo del club del Atlántico Norte, no por incapacidad, sino por evidentes diferencias culturales. Durante décadas, fue un socio clave en la contención del bloque soviético. Sin embargo, en el siglo XXI, la relación se ha vuelto ambigua.

Las tensiones con Grecia y Chipre, también miembros de la OTAN y de la Unión Europea, han sido constantes, particularmente en torno a las fronteras marítimas y recursos del Mediterráneo oriental. La adquisición por parte de Turquía del sistema de defensa antimisiles ruso S-400 en 2019 fue vista como una afrenta directa a la OTAN, que implicaron una serie de sanciones estadounidenses y la exclusión de Turquía del programa F-35. Además, el desarrollo de una industria militar propia, como los drones Bayraktar TB2, aunque exitoso, ha generado incompatibilidades técnicas con los sistemas estandarizados de la Alianza.
Turquía ha desarrollado su propio fusil de asalto con una munición distinta al 5,56 típico de la OTAN o sus propios vehículos blindados, entre otras evoluciones de sistemas de manufactura nacional. Esta transformación en una especie de autarquía de la industria militar no puede ser más que una preparación para escenarios en los que el país quede fuera de la Alianza. La paradoja geopolítica se acentúa cuando se considera que Turquía comparte mesa y el mantel azul con la estrella de cuatro puntas, con países que percibe como rivales estratégicos.
Su pertenencia a la OTAN ya no parece responder a una visión compartida de seguridad colectiva, sino más bien a intereses cruzados. Tampoco se puede obviar que el país es protagonista de la competencia geopolítica de la zona más caliente del planeta. Sus rivalidades con otras naciones vecinas son públicas y manifiestas, aunque su suelo es inatacable porque implicaría la declaración del artículo 5 de la Alianza, algo que ningún enemigo potencial puede llegar a plantearse. Esa puede ser la principal razón por la que Erdoğan aún mantiene su filiación.
La detención de İmamoğlu y el conflicto actual
Ekrem İmamoğlu, figura clave de la oposición y alcalde de Estambul desde 2019, representa una de las mayores amenazas políticas para Erdoğan. Tras su contundente victoria en las elecciones municipales contra el AKP, fue objeto de múltiples investigaciones judiciales. En diciembre de 2022 fue condenado a prisión e inhabilitación por supuestamente "insultar a funcionarios públicos".
Aunque la sentencia fue inicialmente suspendida, en 2024 se produjo su detención preventiva bajo nuevos cargos de presunto abuso de poder y vínculos con organizaciones opositoras consideradas terroristas por el gobierno. Esos vínculos apuntaban al Partido de los Trabajadores del Kurdistán, que, para los turcos, incluido el propio İmamoğlu, es considerado una organización terrorista.

Hace unos días la cosa se puso más seria y el Régimen adoptó medidas contra la oposición, la primera de ellas, contra Imamoglu, que además de alcalde es líder del opositor Partido Republicano del Pueblo (CHP), fue cuestionar la validez de su título universitario. La Universidad de Estambul anunció este martes la anulación de su título por irregularidades, lo que le impide presentarse como candidato a la presidencia, ya que, en Turquía se exige un título universitario para ostentar un cargo electo.
Pero los cargos contra Imamoglu se han ido agravando con los días, en una especie de paralelismo con la presión de la calle. Imamoglu y un centenar más de personas asociadas con él han sido acusadas de pertenencia a un grupo criminal, extorsión, soborno y fraude agravado, según la fiscalía de Estambul.
La comunidad internacional ha reaccionado con preocupación. Instituciones como el Parlamento Europeo han denunciado una persecución judicial orquestada para neutralizar a un rival político. Miles de ciudadanos han salido a las calles en Estambul y otras ciudades, reclamando la liberación de İmamoğlu y el restablecimiento de la democracia.

Desde una perspectiva occidental, el caso refleja el deterioro del Estado de derecho en Turquía y plantea interrogantes sobre la validez de sus compromisos con los valores democráticos de la OTAN y la UE. Todo esto ha quedado más que ensombrecido tras el lío de los famosos aranceles que ha puesto todo patas arriba y lleva unos días copando las noticias de todos los medios. No hay una hora del día en el que el rostro color tubérculo de Donald Trump no aparezca en los medios.
No obstante, las consecuencias son tan impredecibles como preocupantes: una escalada en la represión interna podría desencadenar sanciones, una revisión del estatus de Turquía en organismos internacionales, e incluso cuestionamientos sobre su permanencia en la OTAN. Más aún, la polarización política interna podría derivar en estallidos sociales o incluso enfrentamientos institucionales entre municipios opositores y el gobierno central. Las masivas manifestaciones de estos días, tanto por afluencia como por duración, están erosionando la imagen del régimen y a buen seguro tendrán su efecto sobre la presión en las posaderas del propio Erdoğan. Como ven, este tipo de presión donde la espalda pierde su digno nombre se extiende en todas las sensibilidades políticas y sociales.

Las elecciones presidenciales previstas para 2028 se perfilan como un campo de batalla crucial para definir si Turquía gira definitivamente hacia un régimen autoritario o si aún queda espacio para una transición democrática.
Lógicamente, los opositores no quieren desaprovechar el momento político, esa es la razón por la que ya están pidiendo elecciones anticipadas y han puesto en valor la reacción de la población como una moción de censura a la gestión de Erdoğan.
Turquía está al borde del precipicio del autoritarismo, en una película que ya hemos visto en otros continentes y latitudes. Se van erosionando los poderes del estado hasta convertir estos en marionetas al servicio del líder. Las dictaduras del siglo XXI llevan una mano de pintura de apariencia democrática, pero de fácil quebradura.
El futuro de Turquía, por tanto, no solo dependerá de su política interna, sino también de la capacidad de Occidente para articular una respuesta firme, coherente y estratégica frente a una nación que sigue siendo clave, pero también impredecible. La simple insinuación de una expulsión de la Alianza Atlántica podría hacer apretar los dientes a Erdoğan que se puede ver obligado a ceder o liarse definitivamente el turbante de Sultán a la cabeza para suceder, un siglo después, a la familia Osman al frente del Califato.
Fuentes empleadas
- Freedom House (2024). Freedom in the World: Turkey.
- European Parliament (2024). Statement on the detention of Ekrem İmamoğlu.
- BBC Mundo (2024). Turquía: por qué la detención de Ekrem İmamoğlu agudiza la
- crisis política.
- The Guardian (2024). Turkish opposition mayor arrested ahead of elections.
- (2023). Turkey's domestic arms industry and its growing military independence.
- Jenkins, G. (2022). Authoritarian Drift in Turkey: Causes and Consequences. Turkish
- Policy Quarterly, 21(1).
- Özbudun, E. (2023). Democratic Backsliding in Turkey: From Constitutionalism to
- Personal Rule. Middle East Policy, 30(2).
- NATO Watch (2023). The S-400 crisis and NATO cohesion: Turkey's divergent path.
- Barkey, H. (2024). Turkey's Dilemmas in NATO. Foreign Affairs.
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