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¿Para qué conocer a los alumnos?
Si educar puede resultarnos un proceso muy lento, si no existe confianza se puede convertir en una eternidad
Al entrar en un aula, cabe pensar cómo van a ser los nuevos oyentes. Es más, conocer a los púberes facilita el trato con ellos, potencia la confianza mutua y optimiza su educación. Saber si un estudiante es o no es capaz de aprender con normalidad resulta básico ya en infantil. En secundaria hay que conocerlo también para llegar a su interior lo mejor posible. Los adolescentes todavía son barro a moldear por muy duros que ellos quieran mostrarse. Cruzar su escudo de defensa y conocer su espíritu nos da la llave de su confianza. Educar resulta muy lento, pero sin confianza se vuelve eterno. Aquel estudiante que confía en su mentor se esfuerza para aprender con él. Es más, no espera un premio por hacerlo, sólo el reconocimiento personal por su trabajo y sus logros. En fin, que la confianza mueve gran parte del éxito en toda buena enseñanza.
Preguntar a los profesores anteriores sobre los nuevos alumnos orienta bastante a los docentes herederos. Anotarlo con pequeños símbolos en el cuaderno de notas permite luego ver rápidamente como es un alumno y qué hacer ante él. Si para ello debemos leer un arduo informe, se llegará tarde a la intervención en el aula. Por tanto, mejor resumir a los estudiantes con abreviaturas fáciles de traducir. Por ejemplo, para una posible dislexia poner Dlx; para presuntos problemas de lateralidad una L al revés; para padres ausentes un Pa; para capacidad baja –C; para una falta de esfuerzo –T; y así otros que el docente desee inventar.
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Pero, y claro está, lo apuntado son sólo las percepciones de unos humanos, los docentes, al respecto de otros, los púberes. Ello implica muchas subjetividades que cabe esclarecer lo antes posible. Una manera para conocer a los más pícaros es ponerlos a prueba el primer día. La práctica es muy sencilla, se lanza una ironía en medio de una explicación y se observa quienes la pillan. Normalmente al principio de curso los alumnos viven con cierta tensión o distancia las peroratas de los docentes, es decir están bastante serios. Luego las semanas aflojan el asunto y los escolares vienen ya más relajados al centro. Dicho lo anterior, y cuando los adolescentes empiezan el curso, un sarcasmo no lo suelen ni pillar ni entender, sólo los muy pícaros, y a menudo más inteligentes, lo hacen. Con sólo observar el grupo, ya se ve quienes sí y quienes no. Pero eso no es suficiente.
También un cuestionario muy breve permite saber de los alumnos. Este devenía muy visual y práctico para ambos. Y aquí no se les pedía el nombre del padre, de la madre o de su profesión, simplemente requería que marcaran una frase de cuatro posibles para conocer sus perfiles personales. Después, y con los símbolos chiquitines, se podía describir a cada rapaz en el cuaderno de notas, algo de una utilidad bárbara durante las clases, las reuniones de evaluación, o las entrevistas con los padres. Sólo con mirar aquella minúscula casilla se veían los pormenores del alumno y se sabía qué añadir en el coloquio.
El cuestionario anterior consistía en una serie de preguntas con cuatro columnas a marcar. Éstas iban en orden de mejor a peor. Por tanto, una vez realizado el formulario, las casillas de la derecha delataban problemas y anomalías, mientras que las de la izquierda correspondían a la normalidad familiar. Sólo con mirar y anotar los resultados de las celdas, se obtenían muchos datos sobre el escolar. Por ejemplo, una pregunta era, cuando cenas con tu familia la tele está..., y las opciones a escoger de izquierda a derecha eran:
1) Apagada para poder conversar.
2) Encendida, pero con el volumen suave para charlar entre nosotros
3) Encendida con el volumen alto para poder escucharla.
4) Encendida para disfrutar de los programas todos juntos.
Si respondían una de las dos primeras indicaba que la familia compartía lo ocurrido durante el día, pero si marcaba una de las dos últimas mostraba falta de conversación con sus hijos durante la cena.
Y así hasta cuarenta preguntas más. Al final se puede averiguar su rendimiento escolar, su nivel de aceptación en clase, su adaptación al centro, su esfuerzo en sus labores, su grado de autonomía, sus relaciones familiares e incluso su nivel de sinceridad. Aunque también se pueden buscar posibles patologías causantes de falta de atención o aprendizaje. Cabe indicar que es muy importante que en primaria se detecten anomalías como dislexias, problemas de lateralidad, visión errónea, sorderas u otros.
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El modelo escolar de Estonia, con excelentes resultados en PISA, se fundamenta en la detección prematura de patologías en el aprendizaje. En caso de hallarse la intervención resulta inmediata. Por ejemplo, si en primaria se detecta a un escolar con dificultades en la lectura, en menos de una semana ya está siendo atendido por un especialista. Y se insiste, en Estonia, país con el menor fracaso escolar europeo, hay muy pocos psicólogos y trabajadores sociales destinados a diagnósticos. Quienes diagnostican y tratan a los niños son médicos y científicos expertos.
En fin, y dado todo lo anterior, disponer del perfil del adolescente resumido en un cuadrado del bloc va de perlas ante cualquier reunión con padres o profesores. Pero lo mejor de una síntesis así no es para los adultos sino para los alumnos. Si durante la clase uno de ellos manifiesta un comportamiento anómalo, y antes de tomar una decisión, cabe consultar las anotaciones y decidir como intervenir, si apoyo, si amonestación, si nada o si conversación posterior. Cada individuo es un mundo, y saber cómo es un púber permite actuar según su interior, confianza e intereses.
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