Montaje de fotos de Arnaldo Otegi y Carles Puigdemont, ambos con rostros neutros, con una imagen de Waterloo (Bélgica) de fondo.
OPINIÓN

Otegi en Waterloo

La situación política en España y los pactos entre Puigdemont, Otegi y Sánchez: una crisis de contradicciones y engaños

Imagen del Blog de Octavio Cortés

Se reunieron en Waterloo los señores Puigdemont y Otegi, en las durísimas condiciones del exilio, para revisar el modo en el que son engañados una y otra vez por Pedro Sánchez, a pesar de tenerlo cogido por los geranios. Sin los señores Puigdemont y Otegi, héroes de la democracia, el Gobierno de Sánchez caería en cinco minutos debido a su fragilidad parlamentaria. Pero ellos se las arreglan para mantener con vida al marido de Begoña, Dios sabrá por qué.

El caso de Bildu es sencillo: ellos no buscan más que tocarle las narices al PNV. Pero el tema de Puigdemont es ya un sketch de opereta bufa. Cada cierto tiempo aparece en videos ridículos, rodados después de comer, quejándose de las maldades de la malvada España, mientras todos los suyos cobran sueldos de seis cifras pagados por el opresor y él mismo es el único sostén del gobierno del país rival.

Primer plano de Arnaldo Otegi con una expresión pensativa y un fondo desenfocado.

La confusión es absoluta. Sánchez (oh, sorpresa) ha roto su palabra cada vez que ha pactado algo con el Comando Waterloo, de modo que Puigdemont, en consecuencia, tiene que ir rompiendo su palabra cada vez, como un eco, para seguir enervando a las tietes y a Vicent Partal (que son una y la misma cosa) con sus monsergas una semana más. Se genera entonces una especie de agujero negro de mentiras, un monstruo gravitacional, un pozo de oscuridad, donde no queda ni rastro de nobleza moral ni rigor intelectual. Ya vimos a Puigdemont tocando a la guitarra “Country roads” de John Denver: aquello era una señal, porque tal y como van las cosas, pronto se quedará sin discurso, ahogado en sus contradicciones, y tendrá que activar el modo cantautor. Pueden alcanzarse cimas cómicas muy apetecibles, como verle cantar “Laura” a dúo con Lluís Llach para acompañar la entrada en prisión de Laura Borràs. O una versión de “L'estaca” aplicada a las brochetas de mejillones con patatas que devora en Waterloo, en compañía del Muy Honesto Toni Comín.

También es verdad que si a Puigdemont, que tiene mucho tiempo libre, le da por recibir a terroristas, puede al menos rellenar un poco su agenda, porque terroristas no faltan en nuestro tiempo. Quizás una delegación de Boko Haram, quizás unos talibanes con sus AK47 y sus mujeres esclavizadas, quizás las buenas gentes de Hamás con un par de rehenes civiles degollados. La situación ha llegado a tal punto en España que la política es una mera subvariante del sistema penitenciario: nos gobiernan personas que no están en la cárcel porque el sistema tiene más grietas que el Gran Cañón del Colorado.

Carles Puigdemont con traje oscuro hablando frente a un micrófono.

¿Y la oposición? No está ni se la espera. Feijóo ni es oposición ni es nada, solo un señor que se tiñe el pelo y bosteza; Abascal está ocupado luchando para que “València” se escriba “Valéncia” (no es broma, querido lector).  A la izquierda del PSOE demasiado trabajo tienen las muchachas evitando que Monedero les meta mano o montando reuniones de los “Gays por Palestina”. En una palabra, la implosión del sistema que todos esperábamos ya se ha producido, de forma discreta y continua, y ahora lo que tenemos es a una banda de cuatreros entregados a la rapiña entre los restos del naufragio. Mandaremos tropas a Ucrania, claro que sí. Las mandaremos al Polo Norte, si hace falta, a perseguir a las focas. Seguiremos endeudándonos y metiendo a africanos en hoteles. Pero al menos hemos frenado a la ultraderecha.

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