
Muñoz Seca, sin trompeta y sin tambor
Pedro Muñoz Seca, el dramaturgo que hizo reír a España, fue fusilado en 1936, pero su humor y su obra han perdurado en la historia

D. Pedro Muñoz Seca fue, durante las primeras décadas del siglo xx, uno de los referentes en la producción teatral nacional. Sus obras se representaban en todas las capitales de provincia, y su ingenio hacía que los retorcidos bigotes de la burguesía se elevaran a carcajada limpia.
Su capacidad productiva no quedaba mermada por una dolorosa úlcera de duodeno que debía soportar de por vida, en una época donde no existían equivalentes a los antiácidos modernos. Un libro editado por el Diario Español con motivo de las Bodas de Plata del reinado de Alfonso XIII, es decir, en 1927, decía de D. Pedro que era un hombre amable, simpático y nada lleno de vanidad. Tal vez, por esa bondad era el autor consagrado más asediado por quienes aspiraban a estrenar sus obras por primera vez. Lo mismo que hoy hay quien manda novelas a Pérez Reverte o maquetas con canciones a Joaquín Sabina, enviaban sus escritos a Muñoz Seca con la esperanza de que este les echara una “manita”.

En una ocasión, uno de esos autores noveles, se presentó con el borrador de su obra frente a D. Pedro. Este se hallaba en el momento más álgido y productivo de su carrera, que le llevaba a tener cuatro obras comenzadas y comprometidas, pero sin acabar.
El joven traía bajo el brazo un voluminoso manuscrito con un drama en cuatro actos y seis cuadros. Pretendía el ambicioso muchacho que Muñoz Seca lo leyera y le pusiera título a la obra. El título de lo que se escribe, como sucede hoy día, solía dar o quitar el éxito a una producción teatral. Preso de su bondad, D. Pedro prometió leerla.
El impaciente muchacho, al ver que en unos días no tenía noticias del dramaturgo, se presentó de nuevo en su despacho y Muñoz Seca le volvió a prometer:
—En cuanto pasen unos días, leeré su obra.
El joven no confió en su palabra y mostró unas cuantas cartas que había escrito a D. Pedro y que no habían tenido respuesta. Al ver aquello, el acaracolado bigote del padre de D. Mendo quedó mirando al muchacho y le dijo:
—Ya tengo un título para su obra.
—Pero, ¿Cómo, no me acaba de decir que no la ha leído? -Preguntó el muchacho-.
—No importa, ¿en su obra hay algún personaje que salga tocando la trompeta?
—No, señor, ninguno. Contestó extrañado el joven.
—Muy bien, ¿Y alguno que toque el tambor?
—Tampoco.
—Pues ese será el título “Sin Trompeta y sin Tambor”…

Un año antes, en abril de 1926, el general Miguel Primo de Rivera, espoleado por el éxito de sus tres primeros años al frente del Directorio y la celebrada operación militar en Marruecos llevando a cabo el conocido Desembarco de Alhucemas, comenzó a coquetear con la idea de perpetuarse en el poder. Algo que no estaba en los planes iniciales que fueron secundados por casi todos sus compañeros de armas.
En unas declaraciones al diario El Debate, el general exteriorizó que creía conveniente «la existencia de una Asamblea que representara los intereses nacionales, una Asamblea electiva que pudiera aconsejar en algunas materias al Gobierno. Pero dentro de ocho o diez meses se podrá ir pensando en eso».
Se esbozaba así la idea de la Asamblea Nacional que vería la luz meses después y que contaría con el beneplácito de no pocas fuerzas políticas, incluido el Partido Socialista Obrero Español.
A primeros de noviembre, los diarios, con el objeto de tomar el pulso a la idea de la Asamblea Nacional, fueron recogiendo opiniones de personalidades de la época. Los más reacios a ella fueron los políticos tradicionales que habían formado parte de los partidos dinásticos durante la última etapa de la Restauración.
Muñoz Seca también fue preguntado, era el mes de noviembre de 1926 y contestaba con auténtico pragmatismo, a la vez que añadía una pizca de pimienta muy del Puerto de Santamaría:
«Sí hombre, sí; venga esa Asamblea y vengan los asambleístas, ¡y que sean muchos! Volvamos a los buenos tiempos de las Comisiones de fuerzas vivas con el Diputado, también vivo, a la cabeza. Veamos de nuevo los hoteles llenos, y los cafés llenos, y los teatros llenos.

Verán ustedes como surge en cualquier coliseo una alegre y vistosa compañía de opereta. Era el género de los Senadores. Desde que se cerraron las Cortes, murió ese negocio. ¡Cómo se llenaban las butacas del Victoria de excelentísimos de Murcia, Tarragona y Badajoz!
¡Viva la población flotante! Un hombre serio y flotante es una mina de pesetas a la deriva. ¡Asamblea, Asamblea!… ¡Y que yo la vea!…»
D. Pedro sabía muy bien lo que decía. Sus obras tenían buena acogida entre todas las clases sociales, pero sobre todo entre los burgueses, que pretendían remediar los males que ellos mismos generaban con funciones benéficas, procurando olvidar a sus propias víctimas entre las carcajadas de las astracanadas de Muñoz Seca.
La llegada de la República no mermó sus ganas de satirizar, al contrario, se volvió incluso más mordaz en sus obras. El 18 de julio de 1936, se encontraba en Barcelona, en el estreno de La Tonta del Rizo. Fue detenido dos días después en la Plaza de Cataluña. Lo trasladaron a Madrid, vía Valencia, e ingresó en la prisión de San Antón. Durante ese periodo fue un acicate para sus compañeros, animando a todos y sin parar de escribir. Estaba tras las rejas, pero su humor brotaba más libre que nunca, como si enfrentar el trágico final le motivara a no tomarse la vida en serio.
El capitán Sevillano, el héroe de Cudia Tahar, le contaba a su mujer cuando esta iba a visitarlo a San Antón, donde fue detenido como varios centenares de militares más, la mayoría sin haber participado en la sublevación; que no entendía que hacía aquel hombre allí encerrado.
Manuel Azaña no tenía especial simpatía por el autor gaditano. En abril de 1932, en un día ajetreado, acudió junto al presidente de la República e Indalecio Prieto a Valencia. Allí, tras varios eventos se presentaron en el teatro: «llegamos, por fortuna, a la mitad del segundo acto de una obrucha de Muñoz Seca». Huelga decir que Azaña no solía dejar títere con cabeza en sus memorias.
Un mes después, el presidente del Consejo de Ministros fue invitado por la directiva de la Sociedad de Autores, que le festejaba como «autor novel» y confesaba: «Se las han arreglado para que no asista Muñoz Seca; yo dije que si él iba no iría yo».
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Muñoz Seca había nacido un 20 de febrero de 1879, el 28 de noviembre de 1936, con 57 años, fue trasladado junto a otros presos a Paracuellos del Jarama, donde se le pasó por las armas. Acabaron con su vida, pero no con sus obras, ni con sus sátiras, ni con el humor, ni con su ingenio que se vengaron de sus ejecutores sobreviviendo a aquel macabro día.
Existe en España absoluta unanimidad sobre Federico García Lorca y lo absurdo de su muerte. Los que le mataron no eran mejores que los que acabaron con Pedro Muñoz Seca, es más, eran de la misma calaña.
Justo es recordar a ambos, como dos víctimas más de las decenas de miles que fueron asesinadas en este país por la radicalización de las posturas. La historia merece ser recordada para no repetir las mismas estupideces que dejaron heridas profundas en el pasado reciente.
No deja de ser mordaz que uno de los protagonistas de la obra más conocida de D. Pedro se llamara Don Nuño Manso de Jarama:
«La cuna de los Manso de Jarama,
a fuerza de ser alta cual ninguna,
más que una cuna dijérase que es cama».
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