Dos personas, que son Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias, frente a un fondo con un símbolo feminista y un diseño en tonos rosados y morados.
OPINIÓN

El ‘me too’ de Podemos: ¿Dónde están las feministas?

Podemos enfrenta una ola de acusaciones internas que sacuden sus cimientos y exponen contradicciones en su discurso

Imagen del Blog de Octavio Cortés

Durante esta semana, para deleite del buen aficionado, han explotado distintas cargas de profundidad en el demencial mundo de la Secta Zombie de Galapagar: el coordinador general de IU en Baleares, Juanjo Martínez, ha sido cesado de su puesto en la EMT por la responsable regional de Podemos después de una oleada de acusaciones por abusos sexuales; la ex eurodiputada de Podemos, Lola Sánchez Caldentey acusó a Iglesias y Monedero de numerosos casos de conducta impropia, incluyendo numerosas infidelidades de Iglesias que ella dice haber presenciado personalmente; se han publicado audios en los que Sergio Gregori, ex presentador de Canal Red, dice tener constancia de conductas abusivas por parte de Monedero respecto de mujeres que le habrían ofrecido testimonio de primera mano al respecto.

Como es natural, pocas cosas puede haber, para el ciudadano razonable, más agradables que ver a la Secta Zombie de Galapagar atrapada en sus propias toxinas. Todavía pudieron distanciarse del caso Errejón porque afectaba a las filas enemigas, pero ahora son los mismísimos Iglesias & Monedero los acusados por una multitud de denuncias anónimas. ¡Qué bonitos son los latigazos de karma!

Dos hombres en un montaje de fotos lado a lado, uno es Juan Carlos Monedero con gafas y el otro es Pablo Iglesias con barba.

A Podemos en general y a Irene Montero en particular le debemos la peor ley de la historia de España, la LIVG, que liquida la presunción de inocencia al establecer la “inversión de la carga de la prueba”: ya no es quien acusa, sino el acusado, quien deber aportar las pruebas, es decir, ya no vale aquello de “todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario”. En nombre del famoso “hermana, yo sí te creo” se diseñó un marco legal abusivo y se tildó de fascista a quien tuviera el atrevimiento de sugerir que semejante disparate legal podía ser una puerta abierta a una total impunidad para las denuncias falsas. La LIVG coloca a los hombres en un estado de sistemática indefensión, dado que, literalmente, la palabra de la mujer acusadora vale más que la suya en caso de denuncia.

Pues bien, los machos alfa del mundillo ahora están recibiendo dosis medicinales de su propio veneno. ¿Saldrá Irene Montero a manifestarse contra su señor marido, llamándolo “señoro” y apoyando a las mujeres que lo acusan? ¿Exigirá que la Justicia le quite la custodia de sus hijos? No parece que vaya a ser el caso.

Recordemos que estas feministas luciferinas son exactamente aquellas que son incapaces de definir el término “mujer”. Hace unos días el mismo Pablo Iglesias llamaba nazis en TVE a los que dudaran de que el individuo llamado Samantha Hudson fuera una mujer. Al coro se sumó el ser humano llamado Mar Cambrollé (que en esos momentos no estaba en el urólogo para su revisión anual de próstata) pidiendo que en los medio públicos no se permitiera la “transfobia” y amenazando con acciones legales.

Primer plano de Mar Cambrollé con expresión facial de sorpresa o emoción, con la boca abierta y ojos bien abiertos.

Qué delicia, qué paisaje reconfortante, qué estupenda justicia poética. Cómo se devoran unos a otros, cómo se apuñalan. Cada detalle es precioso. También esta semana los empleados de la Tabera Garibaldi (seguramente hartos de trajinar cucarachas y limpiar los lavabos de productos colombianos) recurrieron a una mediación sindical para denunciar sus condiciones laborales precarias. Qué hermosa primavera nos aguarda.

Pronto Irene Montero, epicentro de todos los males que amenazan a nuestra civilización, estará completamente sola, rodeada de un coro de travestis enloquecidos, gritando sus consignas histéricas en el salón de su casa, pintando sus muebles de violeta. Qué bonito es todo, Dios mío, qué bonito.

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