Una mujer discute con un hombre mientras una joven se tapa los oídos con expresión de molestia sobre un fondo rosa.
OPINIÓN

¿Su hijo díscolo?

Cuando nos encontramos con un perturbador de manual, es fundamental actuar rápidamente para que las cosas no empeoren

Ahora se les llama disruptores. Cuesta a veces aceptar que un hijo es tal o pascual, pero si más de un docente lo dice, quizás lleve la razón. Detectar escolares de esta índole suele ser bastante fácil, ya que llaman mucho la atención. Con alardes de gallardía, gritos y algunos no me ralles, se dan a conocer delante del resto de los asistentes. Ante tal reacción, y si el adulto denota miedo, ellos crecen en valor y osadía, adueñándose del grupo y malogrando la sesión.

Pongamos el caso de una directora blanda, que se ganó por el instituto el apelativo de 'profesora Red Bull'. ¿Por qué? Porque daba alas a estos alumnos. La disciplina en ese centro resultó ser muy deficiente, el fracaso escolar aumentó y se restauró la situación únicamente cuando cambió de nuevo la dirección.

Estas situaciones de conflictividad suelen darse con frecuencia entre los 14 y los 16 años, y sobre todo por las tardes cuando la digestión es alta y el control cerebral bajo. Por tal razón el horario intensivo matutino reduce la conflictividad en el aula por mucho que algunas políticas y pedagogías deseen imponer el de mañana y tarde. Además, y antes, y a los 14 años, estos alumnos podían ya estudiar ciclos profesionales o introducirse en el mercado laboral donde sus despropósitos topaban con un salario y unas obligaciones que les ablandaban la inmadurez. Por decisiones políticas la ley cambió y hoy en día los díscolos de entre 14 y 16 años viven encarcelados en la ESO perdiendo su tiempo y estorbando a los que sí quieren aprender.

Un hombre con la mano en la cara frente a un aula vacía con escritorios y sillas.

Sabemos que los menores de 16 no pueden trabajar y que están obligados a permanecer en un centro educativo aún siendo díscolos. La ley sanciona asalariar a un menor de dieciséis siendo delito contratarle. Entonces hay que plantearse lo siguiente, cuando un alumno con catorce años ya no quiere seguir estudiando por más presión que se le aplique, ¿es eso Enseñanza Secundaria Obligatoria? De enseñar no se puede, secundaria sí que lo es, pero de obligatoria nada, ya que el díscolo no se obliga a aprender.

Por lo tanto, resulta obvio que esta normativa no permite a estos adolescentes trabajar, formarse y educarse. Pero aquí la administración pide milagros al centro educativo a sabiendas de que el encarcelado no se estará quieto en el aula, todo lo contrario, reclamando su libertad de decisión, se dedicará a provocar e interrumpir la clase para llamar la atención. El aula se le convirtió en jaula, su potencial personal se desaprovechó y él se transformó en una fiera.

Pero, y para ello, y a veces, da buenos resultados la indiferencia ante el perturbador. Si este busca el protagonismo no hay que alimentar su ego en demasía. Ignorar durante la clase las fechorías pequeñas suele ser efectivo. Solo cuando cumpla con algunos de sus quehaceres se le puede ofrecer un leve reconocimiento, pero, y muy importante, sin mirarle a los ojos. Así lo hacen algunos docentes, ya que los humanos poseemos una mirada muy singular. Nosotros tenemos el iris rodeado de blanco, la esclerótica. Este rasgo nos permite saber de lejos hacia donde miramos. A la mayoría de los mamíferos les es difícil al no poseer esta característica. Por tanto, si miramos a alguien le estamos diciendo que reconocemos su presencia, pero en caso contrario que lo ignoramos. Esto es algo ancestral, instintivo.

Si al alborotador no se le contempla, se le niega la existencia, se le deja inconscientemente sin el protagonismo que desea, algo que ahora deberá ganarse de otra forma, si es posible sin fechorías. Téngase en cuenta que muchos turbulentos lo son por qué en casa no fueron atendidos ni controlados desde su infancia. El educador que les rete a ganarse su reconocimiento puede ganarse su confianza por la mera situación de mostrarse como un referente paterno que no poseen en el hogar. Aunque, y con treinta o más alumnos por clase, lo anterior resulta muy complicado.

Estudiantes en un aula levantando la mano mientras un profesor con una silueta negra está de pie al frente.

Aun así, y a estos alumnos, es bueno aconsejarles que proyecten lo que quieren ser en su futuro próximo; que busquen trabajos que potencien su equilibrio entre derechos y obligaciones; que ello les hará valorar más su esfuerzo; que les hará respetar a quienes tienen trabajos duros; que les acercará a comprender a los adultos, y que les estimulará lo que la adolescencia rompió, la confianza entre ambos. Y lo más sorprendente, te escuchan, sí, pero se les olvida al día siguiente.

Y así, y fracaso tras fracaso, puede que no sea nada malo que a los catorce años un adolescente ejerza de aprendiz en una empresa. La enseñanza está siendo pagada por el estado, es decir, por todos nosotros, y es paradójico que un adolescente que no quiera aprovechar esa inversión la malgaste calentando una silla y minando los ánimos del grupo. Además, los países en donde mayor paz hay en el aula, y menos díscolos se permiten, mayores resultados obtienen en PISA. Estamos hablando de Singapur, Japón, Corea del Sur y Taiwán. En cambio, aquí, en España, la palabra disciplina escasamente aparece en nuestras leyes, si es que lo hace.

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