
Cursos para neutralizar a los díscolos
¿Regalar felicidad en clase? La formación docente se convierte en una farsa mientras los conflictos aumentan
El gobierno pone a disposición de los docentes cursos que dicen resolver el planeta díscolo, pero muy a menudo, y quienes imparten estas sesiones, suelen pertenecer a dos clases de expertos, a los que han huido de la clase, o a los que jamás la han pisado. Pongamos un curso que se impartió en un centro de Gavà. El objetivo de dirección era que el tutor atendiera mejor a una clase muy defenestrada que nadie quería a su cargo. Para ayudarle con aquella tutoría, la directora le aconsejó una formación sobre resolución de conflictos. El instructor del curso resultó ser algo sorprendente. A base de escucharle durante una sola sesión se infería que no era docente, sino periodista. Pero lo más flagrante resultó que no daba clases a más de treinta adolescentes, sino que guiaba talleres de teatro en grupos reducidos, o sea, de seis púberes, ¿cómo iba a neutralizar a treinta díscolos con aquel curso? ¡Pero si el formador no sabía nada de centros educativos! Aun así, allí estaba, aconsejando como se debía regalar felicidad a los alumnos para enseñarles valores.
— Lo primero que hay que regalar a los alumnos es felicidad. Así hay que preguntarse lo siguiente, ¿qué es un valor? – inquirió el formador ante los asistentes. Algunos de ellos le siguieron la cuerda aportando sus opiniones durante más de media hora, en fin, que ya no daba él el curso. Al final no apareció definición alguna de valor y pasó a otro concepto con igual estrategia -. Y la felicidad, ¿qué creéis que es? – y volvió a ocurrir lo mismo durante media hora más -. Lo veis, la felicidad debe estar entre vuestros alumnos cada día en el aula. Debéis infundirla de manera inmediata sobre ellos y sin su esfuerzo -. Y ahora sí, hubo un irrefrenable instinto de levantar la mano y pedir la palabra.

— Antes has hablado de valores y no hemos llegado a ninguna conclusión, pero ahora nos dices que debemos hacer felices a todos nuestros alumnos en cada clase - él asintió con la cabeza -. Pues si utilizamos el concepto de felicidad de Platón, y posteriormente de Ghandi, todo eso no encaja.
— Perdona, ¿qué quieres decir? – y es que ignoraba a tales pensadores.
— Pues que ambos defendían una felicidad basada en el esfuerzo y la recompensa a la larga, pero nos dices que los chavales deben obtenerla sin apenas esfuerzo, algo que define lo que al principio no has resuelto, los valores. Con esfuerzo los alumnos dan valor a lo que consiguen y hallan felicidad en ello, ¿o estoy equivocado? – se puso nervioso, le brilló la frente, y tras una pausa respondió de manera totalmente aprendida.
— Muy interesante tu aportación, eso es bueno, que participéis – y cambió de tema.
Algunos docentes se negaron a volver a aquel curso, ya que resultaba mejor preparar material para la clase de adaptación curricular que asistir a aquellas sesiones inocuas.
En 2012 unos expertos propusieron impartir una materia más en la ESO, una de inteligencia emocional para doblegar a los díscolos, pero lo que realmente funciona es prevenir con un contexto familiar emocionalmente correcto. Y si este no existe, cabe ganarse la confianza de los púberes. Eso sí, sin regalar las cosas, sino ganándoselas. El juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, así dictó muchas sentencias sagaces. Este magistrado condenó a menores muy conflictivos con penas muy peculiares. Su intención con ellas era que tomaran conciencia de sus errores y de la reciprocidad social necesaria entre todos. Como el juez defendía.
«Para educar a esa minoría conflictiva, la prestación laboral o social les forma».

Él, con más de 12.000 casos tratados, ha sentenciado a díscolos con aprender a leer y a escribir, a servir el catering de paralíticos cerebrales, a trabajar en centros de atención para indigentes o ancianos, a ayudar en asociaciones de vecinos y hasta a alistarse en el ejército. En fin, que si no aprovechan el servicio educativo, que trabajen para la comunidad como formación educativa.
Pero no solo Calatayud ha dado soluciones. En la comunidad balear, en donde muchos profesores forman parte del gobierno, se dieron cuenta de que en secundaria el principal fracaso escolar lo protagonizan los alumnos de 14 a 16 años, los que ya no quieren estudiar, pero si incordiar al resto, ¿qué tal, y solo para esos escolares, una alternativa de tipo laboral, de prestación de servicios sociales o de aprendiz en una empresa? Un buen sistema puede educar a quien se deje, no a quien lo rechaza, ¿acaso sabría como curar a un drogadicto que se negara a asistir a una terapia?, ¿le obligaría a sabiendas de que nada haría él por curarse? Añadamos que la ESO significa Enseñanza Secundaria Obligatoria, pero en nada se obliga a estudiar a quienes se niegan a hacerlo.
Parece de lógica potenciar vías de reinserción laboral ya a los 14 años, algo que los de la comunidad balear jamás vieron como una utopía. Lean sobre ello los proyectos PISE e ISLA implantados en Ibiza. Y añadamos a ello el modelo alemán con muchas posibilidades de itinerarios cruzados.
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