
¿Competencias incompetentes?
La educación por competencias parecía ser la solución a todos los problemas, pero la realidad es muy diferente
Cuando se habla de competencias educativas, skills en sus primeros textos, se da a entender que evaluamos más al alumno según sus habilidades adquiridas, que por los conocimientos memorizados. Poco antes del 2020 la educación por competencias se fue implantando como la panacea y la solución a todos los problemas educativos; hasta se dijo que iba a ser la revolución en el sistema escolar mundial. Esta pedagogía, y a grandes rasgos, defiende la supresión de las especialidades a cambio de evaluaciones transversales por grupos de materias; es decir, matemáticas y tecnología estarán dentro de un mismo ámbito que, de ser aprobado, hará que el alumno promocione con todo superado.
Me explico, si el adolescente suspendió las matemáticas con un 0, pero aprobó la papiroflexia de tecnología con un 10, le saldrá un 5 en el ámbito científico tecnológico y promocionará de curso sin problemas. Esta puede ser una de las consecuencias de la educación por competencias que jamás pretendió quien las definió por primera vez.

El Informe Delors de la UNESCO de 1996 dejaba claro el concepto de competencia. Más tarde, y en las conclusiones de 2001, los ministros de educación de los países miembros de la OCDE entendían como competencias el conocimiento, las habilidades, las actitudes y los valores. Es decir, no sólo de habilidades se constituyen las competencias, sino también de conocimientos. Pero con demasiada frecuencia ambos términos, el de competencia y el de habilidad, se los ha considerado sinónimos exterminando al de conocimientos. Esto ha sucedido con especial énfasis cuando existen marcos ideológicos detrás de la educación. El caso de España lo ha llevado a un extremo evaluando por habilidades.
El problema es que los conocimientos son los cimientos para desarrollar nuevas habilidades. Estas no son simples capacidades de un individuo, sino que exigen de un conocimiento previo y adquirido. Para adquirir la competencia lingüística, debo memorizar palabras y normas gramaticales. Pruebe, si no me cree, a conversar sin palabras ni reglas. Las habilidades no se aprenden desde el vacío cognitivo, sino que hay que ir escalón tras escalón mediante una enseñanza planificada con materias concretas, currículum exigente y con profesores especialistas. Pues alguien borró todo lo anterior en nuestro sistema educativo.
En los seminarios sobre la educación por competencias, se prima el aprender a aprender, en detrimento del saber conocimientos contrastados. O, dicho de otra manera, es más importante que los escolares aprendan habilidades genéricas más que conocimientos específicos. Mejor saber cómo hacer algo y no tanto saber el porqué. Esta interpretación de la pedagogía por competencias, contraria a su definición pionera, da al traste con las especialidades docentes y deja a los maestros como guías de habilidades, repitiendo las pedagogías anteriores de hace décadas. Se argumenta que, para saber, ya hay Internet, donde se puede hallar toda la información. Por desgracia, esta puede devenir falaz si no es contrastada bajo criterios doctos. Y convendremos que no son mejores las informaciones a contrastar que los conocimientos a dominar.

Hay docentes que creen que esta educación por competencias pretende crear más mano de obra flexible para las empresas de la OCDE, que ciudadanos cultos con criterio. De hecho, la idea de las competencias surgió de la misma OCDE y del Consejo Europeo de Lisboa durante el año 2000. Y desde este año que tenemos datos de los informes PISA en donde España cae prueba tras prueba. Y es que, y son muchos los profesores que así lo afirman, el nivel de exigencia y contenidos se ha ido rebajando para aprobar más, pero creando el efecto contrario.
En fin, parece como si se repitiera la historia. En el Londres de 1807 los ilustrados querían una educación a cargo del Estado y para todas las masas obreras, pero el presidente de la Royal Society les contravino con todo lo contrario y afirmando que dar una educación básica a las clases obreras las haría insolentes ante sus superiores y que en pocos años el resultado sería que el Gobierno debería utilizar la fuerza contra ellos.
Hay gente que dice que la educación por competencias busca que no haya insolentes críticos, sino trabajadores básicos sin contenidos elevados, pero eso hunde el potencial de una nación. Sin un grueso de ciudadanos con formación, no hay avances tecnológicos, culturales y de otras índoles. El primer Estado que evitó una situación así fue Prusia al implantar una enseñanza obligatoria de calidad. Con ello logró un país de buenos profesionales, progreso empresarial y un Estado que se impuso y unificó a Alemania. En fin, que una enseñanza de calidad es la mejor inversión de un Estado para todos.
Pero España sigue rebajando los contenidos educativos bajo la influencia de expertos dudosos. Álvaro Marchessi, principal ideólogo de la LOGSE y secretario de Estado de Educación entre 1992 y 1996, afirmó en su libro Controversias de la Educación Española, que los que sostienen que el nivel educativo baja son los profesores viejos. Ruego, y para desmentir a Marchessi, que el lector se pasee por las redes y lea a los docentes jóvenes de hoy en día.

La educación por competencias, y sin especialidades a evaluar, trae consigo otra gran novedad: la detonación de las notas numéricas. En Cataluña, por ejemplo, empezó a aplicarse en primaria durante el curso 2016 – 2017. Meritxell Ruiz, por aquel entonces consejera de enseñanza de la Generalitat de Cataluña, afirmó que España educaba con un modelo del siglo XIX mientras que Cataluña ya lo hacía con uno del XXI, el de competencias. Así lo afirmó por televisión en marzo de 2017. Luego, en 2019, la Consejería de Educación impuso la evaluación por competencias como innovación en todos los centros, pero esta ya había sido propuesta por la UNESCO en 1973, y por tanto nada de siglo XXI.
Aun así, aquel modelo fue implantado como innovador y comenzó a reducir en Cataluña el peso de las especialidades. Luego la LOMLOE española propuso lo mismo en el 2020. Sin materias para evaluar, los boletines de notas ofrecerían informes muy complejos y muchos padres, sin ver algunas asignaturas de siempre, no entendían el corolario de nuevos tecnicismos. Al final, muchos progenitores no sabían si su lechón iba bien, regular o muy mal. Pero en abril de ese 2017, y nuevamente por televisión, la consejera afirmó que, gracias a ese sistema, y en Cataluña, se había reducido abismalmente el fracaso escolar. Sin notas, sin materias, y sin apenas repetición en Primaria, pocos sabían si un alumno iba bien en mates, lengua o tecnología. Resultó obvio que en aquella etapa ya no existía nada, ni el fracaso escolar, ya que lo habían maquillado.
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