OPINIÓN

El circo de Juana Rivas

No tengo claro quién tiene la razón, pero sí que tengo claro que el comportamiento de la 'madre coraje' no es edificante

Granada ha sido esta semana el escenario de la última sobreactuación de Juana Rivas —y de quienes supuestamente la asesoran—. Una vez más, y ya hace demasiados años, hemos visto a esta 'madre coraje' desafiar a la justicia para 'proteger' a su hijo menor de su padre italiano. A pesar de que, como sucedió el primer día fijado para la entrega del niño —término que me genera mucha repugnancia—, Rivas hizo todo menos proteger al pequeño Dani.

Las imágenes de la 'madre coraje' llegando al centro de intercambio —término, también, que me parece vomitivo para hablar de lo que estamos hablando—, fueron todo menos dignas. Con ella de espaldas, en brazos de una funcionaria municipal feminista, con gafas de sol y supuestamente derramando lágrimas, mientras el niño, de 11 años, deambulaba solo frente a las cámaras, mostrando su rostro, hasta que alguien se dio cuenta y se le protegió como exige la legislación y el sentido común; todo parecía una performance para dar importancia a la madre y al colectivo feminista.

Mujer llorando con gafas de sol rodeada de personas y cámaras de prensa en un ambiente de tensión y apoyo

No sé quién tiene razón en este caso que, si no fuera por el menor, me aburriría profundamente. Pero sí tengo claro que el comportamiento de la madre, impidiéndole volver con el padre tras las vacaciones de Navidad —incurriendo posiblemente en un nuevo delito de sustracción de menores, por el cual ya cumplió una condena y fue indultada por el Gobierno socialcomunista, que utiliza los indultos de forma ideológica—, junto con la performance del otro día para cumplir una orden judicial, no son en absoluto edificantes.

Por ahora, en un sistema garantista, los jueces son quienes tienen la última palabra. Pueden equivocarse, ya que también son humanos, y la presión que tienen encima en casos tan mediatizados como estos, puede llevarles a tomar decisiones equivocadas. Pero, como decía, los magistrados son quienes tienen la última palabra. Y contra eso solo quedan los recursos a instancias superiores —que en el caso de Juana Rivas también han resuelto en su contra—.

Por tanto, con un asesoramiento más bien nefasto, todos aquellos supuestos expertos que le han recomendado actuar como ha actuado la 'madre coraje', negándose a cumplir la orden judicial hasta que no le quedaba otra, deberían estar colgados de un árbol. En estos casos —sin negar la desesperación de Juana Rivas—, uno se agarra a un clavo ardiendo para conseguir lo que está buscando y cree que es justo. Aunque eso suponga ir contracorriente y poner en riesgo su propia seguridad jurídica.

Pero en un país de predicadores, de políticos que creen tener la razón absoluta —y si no la tienen, legislan para cambiarlo todo y tenerla—, una vez más hemos visto cómo la ideología puede llevar a unos y a otros a cometer graves errores. Y a perjudicar a un niño que se quedará con un trauma de por vida.

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