Retrato de Alfonso XIII con bigote en uniforme militar frente a una bandera negra sobre un fondo rosa.
OPINIÓN

Bandera negra y el atentado contra el Rey

Un grupo de jóvenes independentistas catalanes intentó un atentado contra el rey Alfonso XIII en 1925, pero fallaron

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

Daniel Cardona i Civit tenía 33 años el 13 de septiembre de 1923, cuando el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, salió de la Estación de tren de Barcelona, acompañado por representantes de la burguesía catalana hacia la capital de España, con el objetivo de hacerse con el poder y liderar un directorio militar con ocho generales más.

Fiel seguidor del teniente coronel Francesc Macià, se había sumado a la primera organización política independentista creada por este, la Federación Democrática Nacionalista, que en apenas dos años daría paso al Estat Català. La idea del presidente norteamericano de que, tras la desintegración de los imperios centrales y el otomano, los pueblos pudieran alcanzar su independencia, y la sublevación de los irlandeses contra el Reino Unido, insuflaron un halo de esperanza en quienes anhelaban una Cataluña fuera de España.

Francesc Macià, diputado en Madrid en 1907

La Restauración se agotaba y el golpe de Primo de Rivera fue recibido sin que nadie moviera un dedo para salvar a los “profesionales de la política” que se habían alternado en el poder como si se tratara de presidentes de una comunidad de vecinos.

Un golpe de Estado con vocación regeneradora que pronto demostró que el uso del catalán quedaría postergado al ámbito doméstico y la Mancomunidad perdió sus competencias. Se cerró la Asociación Protectora de la Enseñanza Catalana y se clausuraron varias entidades nacionalistas. El independentismo fue más perseguido que el socialismo, que consiguió sobrevivir y convivir con el régimen.

Para los escamots, el grupo de jóvenes idealistas que siguieron a Macià, la rebelión era la única salida habida cuenta del coqueteo constante de la burguesía, en la que se encuadraban la mayoría de sus progenitores, con el militarismo español de los años 20. Había que preservar lo catalán, pero el orden público estaba por encima de cualquier aspiración autonomista. Esa actitud fue mantenida por los burgueses de la Lliga desde 1919. Nunca habían hecho ascos a contratar los llegados de otras partes de España, si podían hacer el trabajo por una peseta menos.

Salvador Seguí, el noi del Sucre, en un discurso en la Casa del Pueblo de Madrid, el 4 de octubre de 1919, había dicho que «los primeros en no aceptar una independencia de Cataluña sería los mercaderes de la Lliga Regionalista, la misma burguesía catalana». En un contexto de lucha de clases, el tema nacional preocupaba a cuatro jóvenes entusiastas que no procedían precisamente de familias obreras. 

Balius, un joven Escamot, estudiante de medicina y que acabó renegando del independentismo para engrosar las filas anarquistas, llegó a decir: «La burguesía catalana y la del Norte que podían haber hecho la revolución democrático-burguesa, se aliaron con los latifundistas por temor a la clase trabajadora[…]. La burguesía financiera e industrial puso todos sus recursos en la tramoya militar. Restringieron los créditos, sabotearon la economía, implantaron el lock out, provocaron huelgas. Los burgueses catalanes recibieron con grandes muestras de júbilo la polacada de los militares. La etapa de Primo de Rivera se ha de catalogar como un ensayo de la clase dominante para eludir el zarpazo de la clase trabajadora en las etapas venideras».

Jaime Balius era un crío en 1923, tan solo tenía 19 años. Un simple escamot en la estructura de Estat Català, un soldado raso, un muchacho idealista. Daniel Cardona, en cambio, formaba parte del directorio de la organización paramilitar que había creado Macià. Junto a Manuel Pagès, Cardona intentaba crear una verdadera estructura militar que organizara los grupos de acción. Los escamots se agrupaban en pelotones de 11 hombres.

Cuando Cardona se exilió a París y comprobó el estado de ambiente de adulación que rodeaba al veterano teniente coronel en el exilio, comenzó a mostrar serias dudas de la capacidad de Macià para encabezar un movimiento subversivo. Cardona buscaba acción, consideraba necesario alimentar a los inquietos activistas catalanistas con objetivos reales que les iniciaran en la lucha armada. Se había creído de verdad aquello del Ejército Catalán.

Macià, por el contrario, adornado con la prudencia de la edad y ante el temor de perder el control del grupo, organizó una asamblea en Perpiñán en octubre de 1924 y prescindió de los elementos del directorio de Estat Català que ya no acudieron a la ciudad fronteriza.

Retrato de un hombre mayor con bigote y cabello canoso, vistiendo un traje marrón y corbata verde, con un fondo azul difuminado.

Se estableció una división interna entre los partidarios de la política de acumular fuerza y prepararse para una operación de envergadura, y los que apostaban por la acción directa y por realizar pequeños atentados para hacerse notar dentro de Cataluña.

Macià, con más inteligencia estratégica que Cardona, firmó el pacto de «Libre Alianza» en enero de 1925, hace ahora 100 años. Lo rubricaron todos los grupos que sufrían represión de la dictadura: la CNT, el PNV Aberriano, una escisión del PNV tradicional que decidió dejar el partido cuando el Consejo Nacional votó por no aceptar el separatismo; también firmaron los escasos comunistas a los que el golpe de Estado había cogido en pleno proceso de organización inicial del Partido. Esa es la razón por la que el veterano militar trató de recabar apoyo en la Unión Soviética, como ya hemos contado en otra ocasión.

Los escamots, jóvenes en su inmensa mayoría, estaban ávidos de entrar en acción y se cansaban de esperar tras año y medio de inoperancia. Cardona y un grupo de entusiastas decidieron actuar por su cuenta. Se creó una nueva entidad «La Sanga Germandat Catalana (Bandera Negra)». Su acta fundacional aclara que no era una organización independiente de Estat Català, aunque nunca tuvo el visto bueno de Macià:

«El objetivo de Bandera Negra (Santa Germandat Catalana) es la defensa nacional, según el método de acción directa de la organización de Estat Català; siendo una sub-organización, que velará para que esta no abandone los principios esenciales liberadores, ni modifiquen en el curso de las incidencias de la lucha por la Patria su base doctrinal, que es el sacrificio heróico. Bandera Negra no solo luchará por la Patria, por lo tanto, contra el enemigo, sino que castigará a aquellos que, habiéndose comprometido, no actúen de acuerdo con la virilidad que deben demostrar los separatistas catalanes. Los que suscriben, patriotas convencidos por el sacrificio, juran sobre la sagrada enseña de la Patria no desfallecer ni abandonar a sus compañeros durante la lucha, cumpliendo los acuerdos que la mayoría maneje, reconociendo en caso de faltar a este juramento el castigo que se aplique». 

Entre los firmantes, apenas una docena de románticos escamots, se encuentran algunos de los que luego asumirían grandes responsabilidades durante la Segunda República: Marcelino Perelló, Jaume Balius o Miquel Badía.

El grupo de Bandera Negra se reunió en los sótanos del Pequeño Versalles y decidieron ejecutar una acción inmediata. La docena de muchachos hicieron una farsa de juicio contra el rey Alfonso XIII, y por unanimidad decidieron condenarlo a muerte. El 26 de mayo de 1925 sería la fecha de la supuesta ejecución, día previsto para la visita de Alfonso XIII a la Ciudad Condal. Había un túnel próximo a la ciudad de Barcelona, en la línea de ferrocarril entre la capital catalana y Villanueva y Geltrú, que atravesaba una elevación en las costas de Garraf. 

Se preparó un artefacto explosivo de unos 40 kilos. Al conocer la noticia, otros escamots se unieron al grupo, uno de ellos, jefe de pelotón, era Jaume Compte, que moriría disparando una ametralladora contra el Cuartel de las Atarazanas la madrugada del 6 al 7 de octubre de 1934. Llevaron el artefacto al túnel, pero la grava bien compactada dificultaba la excavación necesaria. Decidieron sacar el explosivo de la galería y ocultarlo lejos de la vía, enmascarado con unas matas. Las vías pasaron a estar vigiladas por la Guardia Civil ante la cercanía del viaje del monarca, por lo que los aguerridos soldados del Ejército Catalán veían imposible llevar a término su improvisado plan.

El día 26, el mismo en el que debía llevarse a cabo la acción, se reunieron de nuevo y acordaron que el atentado se realizaría en las Ramblas el día 29, en una función de gala del Liceo. Se hizo un sorteo para decidir al desgraciado que debía colocar el artefacto y salió elegido un tal Holgado, que no estaba presente en el sorteo. Balius era amigo de Holgado, por lo que fue a contárselo y a este no le hizo especial ilusión el premio, por lo que renunció a ser él el que tuviera tan dudoso honor. Julià, que había sido nombrado sustituto, aceptó la misión, pero el 29 no le vendría bien y no se presentó. 

Volvieron a reunirse los que quedaban y decidieron que volverían a hacerlo en el túnel, aunque esta vez sin enterrarlo, se colocaría un momento antes del paso del ferrocarril a la vuelta del rey a Madrid. Era un plan sin fisuras.

Solo quedaban siete y allí se dirigieron para demostrar aquello de la virilidad que habían escrito en su acta fundacional. Uno de los siete, Joan Terrés, era un confidente de la policía que se había infiltrado con los miembros de Bandera Negra. Terrés les acompañó a Garraf para no perder detalle de los acontecimientos. 

Al llegar estaba esperándoles la policía que detuvo a los seis banderizos. Las fuerzas de orden público de Barcelona de 1925 no se andaban con chiquitas. Tras la guerra a tiro limpio que habían librado contra el anarquismo desde 1919, aquellos seis mozalbetes les duraron un asalto y al comenzar las torturas cantaron por soleares, cayendo todos los implicados que por una u otra razón se habían escaqueado de acercarse a las vías el 31 de mayo.

Macià condenó la acción porque nadie le había informado de nada. La policía magnificó la intentona a la que dio cierta solemnidad otorgando el calificativo de “complot” para dar importancia a la detención de unos peligrosos conspiradores seguidores del temible Macià. 

El teniente coronel, que manejaba a la perfección la propaganda, aprovechó la publicidad gratuita que le ofreció la policía española y el ministerio de Gobernación y contribuyó a la mitificación del suceso. Mandó publicar un manifiesto de solidaridad en el Boletín de Estat Català de junio y julio de 1925, editado en la romántica ciudad de París:

«Nuestros hermanos hoy encarcelados y torturados por la justicia española —así, no la policía ni los jueces españoles, la justicia es la que los ha torturado— inician una noble época de lucha por la libertad de Nuestra Tierra, inician la hora del héroe. 

Estos chicos y estos hombres, que después de sufrir el martirio, entran en la prisión y entonan Els Segadors con una afirmación, como una plegaria a su Dios, son la vanguardia de los héroes que, con la espada y el brazo firme, liberarán a nuestra Patria». 

Los detenidos aparecían en una lista honorable como “prisioneros”: Jaume Compte, comerciante, 37 años; Marcí Perelló, 27 años; Josep Garriga, lampista, 19 años; Miquel Badía, farmacéutico, 19 años; Emili Garnier, 17 años; Jaume Juliá, mecánico 21 años.

Y esta es la historia de Bandera Negra, el grupo que aún tiene réplica en la Cataluña de hoy, aunque de forma muy minoritaria. El color de la bandera se inspiró en 1714, cuando desde Barcelona, al solicitar la rendición de la ciudad, se exhibió un paño de ese color como símbolo de resistencia.

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